Por La puerta del sol
“Un pájaro no canta porque tenga una respuesta. Canta porque tiene una canción” (Proverbio chino)
Desde la creación, humanos y animales han tenido que enfrentar sus propias luchas para mantener la vida. Una vez nace el polluelo aprende a luchar por sobrevivir en medio de todo tipo de peligros. Se beneficia de lo que se encuentra en la naturaleza sin destruirla. Solo los llamados “Homo sapiens”, son quienes han acabado salvaje y cruelmente con el recurso natural y extinguido las más bellas especies de animales. Cazar o pescar especies en vías de extinción está prohibido, (supuestamente). Gracias a su voracidad y ambición el hombre no tiene reparo ni escrúpulos, él es su propio determinante, por tanto responsable de ser constructor o destructor de su misma vida.
La tan cacareada conciencia exhibida como elemento distintivo del ser humano, ha sido tan exagerada que lo ha llevado a la perdición. Lo eleva y sobre estima a tal punto que le da derechos que mal utiliza, empujándose inexorablemente a su auto destrucción. Ante la naturaleza el comportamiento del hombre es irracional. Ninguna característica o actividad puede resultar tan extravagante y adversa como el comportamiento agresivo que emplea en su manifestación dañina y destructiva, como si llevara en la médula de los huesos tatuado el instinto de agresión.
El comportamiento del hombre sobre todo desde que el mundo empezó a entrar en la época de la industrialización, el progreso y el modernismo evidencia que más que humano es el más feroz depredador de la madre natura. -Nuestra evolución más libérrima (dice Konrad Lorenz) sometida a las leyes de la moral y la apetencia de libertad, solo ha servido entre otras cosas para impedir que obedezcamos otras leyes que no sean estas-. El ser humano es el único ser de la naturaleza capaz de modificar y perturbar notable y gravemente el medio ambiente. Todavía no ha tomado conciencia del impresionante daño que su irracionalidad y ambición producen a las especies, a él mismo y al medio en el que vive y respira.
En Venezuela uno de los seres más afectado, a punto de extinción es el cardenalito, admirado por su plumaje rojo y negro. La acción depredadora del ser humano y su codicia está llevando al exterminio a tan bello animal.
Pocos dolientes han demostrado tener los cardenalitos. Gran defensor de esta especie ha sido por mucho tiempo el investigador, conservacionista Antonio Rivero Mendoza quien ha escrito su libro “El Cardenalito de Venezuela” dedicado a esta especie; a la vez es él quien ha logrado rescatar a muchas de estas aves del cautiverio a que son sometidas por entes inescrupulosos y crueles. Lástima que los representantes de la ley conservacionista del Ministerio del Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables, no utilicen la ley y todo su rigor contra aquellos que no frenan su ambición y acaban a pasos agigantados con la hermosa presencia del cardenalito en nuestros abiertos bosques, prados, zonas secas, semi húmedas y sabanas, desapareciendo las bellas aves, con el silencio de quienes supuestamente deben evitar el abuso cometido en contra de estos animales que confían en el hombre, su peor verdugo. La fauna y la flora son arrasadas por la ambición de los que nos dejarán sin ríos, sin bosques, sin flores, sin tierra buena, sin pájaros, sin oxígeno, sin peces y la atmósfera terriblemente contaminada.
Lamento de un pájaro (Amanda)
Nada es seguro en mi refugio oculto;
De rama en rama vuelo remendando
Rotos a la fragilidad de mi destino.
Tengo memoria de paisajes y de tiempo,
De ternuras, de motivos y de trinos;
Baño mis alas con la luz de los etéreos,
Grato es mi cantar, gráciles mis vuelos.
Es joya de quilates más rico y más valioso
Tener un rincón de amor en tu memoria,
Saber que por mi salvación combates,
Al depredador que no entiende que soy
Un fúlgido rubí en el vértice del cielo.
Como bien lo expresa en su libro el profesor Antonio Rivero, es necesario salvar el prestigio de Venezuela en materia de conservación. La solución de este problema es impostergable. Aún podemos salvar a nuestro querido cardenalito, antes de que sea demasiado tarde. Hay un arpa que guarda del bosque sus trinos y sonidos; en el alma duerme la esperanza de un perfumado paraíso… ¡Despliega tus alas y vuela pajarito!