JEZABEL Y LADY MACBETH — Del Guaire al Turbio

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En estos días en las lecturas de la misa se ha tocado el abominable caso del asesinato de Nabot. Propietario de una viña heredada de sus padres, situada al lado del palacio de Ajab, rey de Samaria, provocó las ansias de éste para anexarla a sus posesiones y recrearse en el ameno lugar. Co- mo Nabot no quiso vendérsela, el pusilánime rey entró en crisis: se acostó en su cama sin querer comer. Su taimada esposa, Jezabel, lo sacó de la postración prometiéndole que le conseguiría la viña. Así lo hizo, valiéndose de falsas acusaciones que terminaron con la lapidación y muerte de Nabot.

Este episodio bíblico me hizo recordar la monumental tragedia de William Shakespeare, Macbeth. También en ésta se trata de un hombre deseoso de poder, pero apocado, cuya esposa más ambiciosa y fuerte que él, lo in- duce al asesinato para alcanzar el trono deseado. Quizás en el gran dra- maturgo inglés pudo haber una influencia del dueto de Ajab y Jezabel para
concebir su obra. En ambos casos se trata de hombres débiles, el uno am- bicioso de poseer y el otro de poder, cuyas mujeres, malvadas, sin escrú- pulos y más decididas que ellos, los llevan a delinquir.
Las ambiciones de poder y de poseer casi siempre van unidas porque am- bas conducen a una de las pasiones más viles del alma humana: la de do- minar. Al otro, a muchos, a todos, a una sociedad, a un país, a un mundo y así surgen en la historia personajes nefastos como Napoleón Bonaparte o Adolfo Hitler. Pero siempre caen por su propio peso. La ambición los lleva a una muerte trágica.
Por otra parte, está la condición de mujeres corrompidas y odiosas como Jezabel y Lady Macbeth, que desgraciadamente no dejan de estar en el mundo. Si no son las provocadoras de mal, se alían a éste, se ponen al servicio de la tiranía, arrastrándose de adulancia, haciéndose cómplices de los desmanes de sus jefes, sin la más mínima preocupación moral.
Me resulta muy doloroso, como mujer venezolana, tener la evidencia de fé- minas parecidas en la vida política actual del país. Quizás no llegan a la perversión de Jezabel o Lady Macbeth, pero en cierta forma siguen su ca- mino, tal vez con las características de este momento histórico diferente al de aquéllas. Han escalado altas posiciones y aferradas a su buen sueldo, no tienen a menos demostrar un descarado servilismo aprobatorio y cóm- plice de las injusticias y maldades en contra de seres inocentes, víctimas del odio personal de un mandatario.
En manos de mujeres presidiéndolos, los principales poderes del Estado venezolano y otras instancias de gobierno o decisión, están francamente pervertidos. Se toman medidas disparatadas y malignas. Se hacen decla- raciones insensatas. Se aplaude el mal. Se le da la espalda a los valores de la justicia y la misericordia. Si no fuera así, no estarían en prisión o per- seguidos Simonovis, Forero, Vivas, Afiuni y tantos otros. Si no fuera así, Ledezma podría ser un alcalde metropolitano con presupuesto decente para llevar a cabo su labor, en su ámbito propio, sin tener por encima una autoridad femenina espuria nombrada a dedo. Si no fuera así, no tendría- mos un poder legislativo plegado al ejecutivo, primero con una señora chu- pamedias y después con señores del mismo corte, concediendo a diestra y siniestra disponibilidad habilitante y permisos para que el déspota haga lo que le dé la gana. ¿Será porque este ente de hacer leyes tiene gramatical- mente género femenino? Si no fuera así, no temeríamos el fraude y la ma- nipulación en las elecciones, aunque en las próximas arrasará Capriles.
Dios gracias a Dios de que mi madre haya muerto antes de que empezara este despelote, porque ella tenía un sueño que a mí se me ha hecho peda- zos: cuando las mujeres lleguen al poder cambiará el mundo; la mujer es más honesta, más justa, más suave y misericordiosa que el hombre. Los gobiernos en manos femeninas darán un vuelco, erradicarán los errores, la corrupción y el aprovechamiento ilícito que alentó el machismo…
¡Ay, mamá, yo te aviso! No contabas con las Jezabeles y Ladies Macbeth
de esta era sin moral. Pero no perdamos la esperanza: vendrá otro tiempo.

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