Un gran hombre cruza el umbral de los noventa. No existe evento histórico en la Venezuela contemporánea, que no tenga alguna participación de este verdadero líder de la transformación necesaria. Nonagésimo aniversario de un pensamiento frondoso, que tiene la frescura de las ideas que despuntan con la fortaleza de aquel que no claudica ante la tiranía. Pompeyo Márquez es una reserva moral de esta nación, tiene la grandeza de no dejarse confundir con estatuas silentes de marmoleo brillo; jamás buscó eternizarse para revolcarse en los odiosos egos. Su meta es llevar un mensaje que convoque pueblos y abra caminos para soñar con un mundo mejor.
Desde joven comenzó a luchar por una nación distinta. Siempre alumbrando el camino y sembrando ideas en la conciencia, jamás huyó del compromiso ciudadano. Un revolucionario integral que tuvo la grandeza de enfrentar las duras vicisitudes, batallando en cada rincón en donde la lucha social lo reclamase. El valiente Santos Yorme de la dictadura que hizo del amor por Venezuela su impronta imperecedera. No tuvo reposo para luchar desde adentro en contra del oprobio que ensombreció la patria, prefirió el sobresalto personal, la persecución incesante; que permanecer pasivo frente al autoritarismo militar.
Hace poco supimos de sus problemas de salud. Como todo un gladiador romano pudo superar la cruenta batalla en el coliseo de la vida. Los achaques no penetraron su escudo lleno de episodios memorables, de convicciones firmes que no se dejan someter por los vientos de ocasión.
Sus ideas tienen la lozanía de la juventud. Ellas carecen de los males que acompañan la vejez. Sin embargo, cuando en el alma existen principios que no claudican y principios incorruptibles los dramas del cuerpo pasan a un segundo plano.
Hace algunos años vino hasta Duaca para una asamblea popular. Los jóvenes estudiantes lo rodearon en la antigua casa del MAS, para escuchar aquel hombre contando sus orígenes de fuego. Como un amoroso padre fue describiendo los eventos históricos con una maestría incomparable. En un momento se confundió con ellos para llevar los valores venezolanos hasta el fondo de aquellos corazones ávidos de buenas orientaciones. Después conversó con obreros y profesionales en un almuerzo organizado como acto central del aniversario de la organización naranja. En una amena plática con algunos de los organizadores, manifestó el riesgo que corría el país si caía en manos de un aventurero. El descontento social puede hacer germinar en el ánimo venezolano una suerte de líder mesiánico que puede ser peor el remedio que la enfermedad, sentenció Pompeyo con la certeza de aquel que sabe leer los síntomas de los tiempos. Pasaron algunos años hasta que una noche arrebatadora de febrero del año 1992, apareció el espectro del que hablaba el conductor político en una suerte de presagio histórico.
Un buen amigo me refirió esta ilustrativa anécdota. Se realizaba en Caracas el tradicional desfile del 1 de mayo. Una gran cantidad de sindicatos y organizaciones obreras habían convertido la actividad en un acto multitudinario, un verdadero río humano que mostraba el extraordinario poder de convocatoria de la CTV de la década de los setenta. El presidente Carlos Andrés Pérez, observaba desde un balcón la nutrida actividad. De repente el primer mandatario nacional bajó hasta la avenida para saludar con gran respeto a Pompeyo Márquez. De quien señaló que era una reserva moral de Venezuela, que estaba por encima de cualquier bandería política. Después de hacerlo volvió hasta su balcón, un adversario ideológico que desde las alturas del poder mostraba el respeto por un hombre indeclinable.
Pompeyo: un país se pone de pie para abrazarse a tu causa. Aquel joven intrépido sigue viviendo en tu corazón. Tu fortaleza ulterior es más grande que las enfermedades del cuerpo. La claridad de tu pensamiento democrático y libertario es una senda que recorrerán generaciones de ciudadanos que sienten que hombres como tú no morirán jamás…