Podrán pasar todos los años del mundo, se generarán nuevas alegrías y seguramente habrá motivos para seguir viviendo, pero a Jesús Guillén y a su esposa Soraida jamás se les borrará del rostro la tristeza que dejó la pérdida del segundo de seis hijos procreados en el calor de un matrimonio que comenzó cuando ambos eran aún muy jóvenes.
Yurwer Alejandro Guillén Seguerí tenía sólo 18 años cuando dos balas, disparadas por la espalda, le dieron entrada directa a las estadísticas de muertes por violencia de este país.
Eso fue hace casi tres años. Cada 30 de octubre sumaremos un año más de la muerte de nuestro muchacho. Se cumplirá un año más de aquella noche de viernes cuando mi hijo corrió unos 50 metros más luego de haber sido impactado por un arma nueve milímetros y desplomarse en la acera, muy cerca de la casa donde vivíamos, narró, sereno, el papá de Yurwer.
La esperanza de que se haga justicia por medio de los canales regulares está intacta. Y aunque ha tardado, la tenacidad es lo que ha caracterizado a Jesús Guillén para que en las gavetas de los tribunales del estado Lara no ingrese el expediente de su hijo muerto.
El homicida está detenido desde hace dos años. Espera juicio y sentencia, pero la tardanza es la constante en este tipo de casos. La desesperación a veces es insostenible. Sin embargo, la fe en un Dios que no abandona y la razón que los asiste, les permite a los deudores regresar a la ecuanimidad de saber que pronto llegará el castigo para quien no tenía derecho de arrancar la vida a un inocente que alguna vez soñó con ser ingeniero.
Hasta el primer año
Yurwer Alejandro estudió hasta el primer año de bachillerato en un liceo del barrio La Caldera. No pudo continuar porque el grupo de varones que le rodeaban no eran precisamente las más sanas influencias.
En el ímpetu de un adolescente que no se deja de nadie, Yurwer debió dejar los estudios momentáneamente con el compromiso de más tarde retomarlos y seguir adelante. «Una vez me dijo que le gustaba la ingeniería, ojalá hubiera podido verlo graduado», dijo su papá.
Algo útil por la familia debía hacer mientras las aulas le esperaban nuevamente y por eso decidió trabajar como comerciante y ayudante en el mercado El Obelisco.
Ganaba algún dinero y eso le servía para brindar helados a su joven novia, dos años menor que él.
«Yurwer era un muchacho tranquilo, trabajador, enemigo de problemas relacionados con delincuencia. Además pensaba formalizar su relación y casarse. Como a todos los de su edad, le gustaba andar con sus amigos, comprar comida rápida y salir de rumba como dicen los jóvenes».
Los padres de su enamorada le animaron siempre a seguir estudiando. «Hay que echar pa’lante», le decían.
La última salida
La noche del viernes 30 de octubre, alrededor de las 8:00 de la noche, Yurwer le dijo a su mamá que tenía hambre y que en un ratico volvería con un «pepito» y un refresco para cenar.
Salió con dinero en mano y a unas cuantas cuadras de su casa en el barrio Andrés Eloy Blanco, específicamente en la calle 7B, un sujeto desenfundó un arma de fuego y disparó repetidamente contra este joven de tez morena y cuerpo delgado.
Sólo dos proyectiles alcanzaron su cuerpo y uno de ellos perforó un pulmón. Soraida, la madre, escuchó los tiros desde su casa e inmediatamente se percató que uno de sus hijos estaba en la calle. Un presentimiento pronto invadió su corazón y sin perder un segundo de tiempo salió a la puerta principal y allí, a unos 50 metros, venía su hijo malherido sosteniéndose de una pared para no caer al suelo.
Un alma generosa que se desplazaba en moto alcanzó a auxiliarle. Pero llegó sin signos vitales al seguro Pastor Oropeza. «Entre susurros logró decirle a mi esposa el nombre de su asesino».
Vivir con este dolor
Para la familia Guillén Seguerí la vida no ha sido fácil después de la tragedia. Los otros cinco hermanos, cuatro varones y una jovencita de 12 años, Yurver, Yurwender, Yuender, Yurvendris y Yurgiani, junto a papá y mamá, se mudaron del barrio. El peligro, pero sobre todo el miedo, los ahuyentó.
Los días y noches pasan y la sed de justicia se mantiene intacta. Confían en el sistema que aun cuando lento es el que hay. También tienen fe en un Dios que no olvida y es justo.
«Ahora me la paso de cabeza en el Edificio Nacional pendiente de este caso. Mi vida gira en torno a impedir que a ese hombre le otorguen un beneficio o lo vayan a soltar sin que haya recibido sentencia. Sé que mi hijo no va a recuperar la vida, pero al menos evitaré que algún otro muera».
Esta situación es grave
«Muchos dirán que ver morir un hijo así significa perder un pedazo de alma, pero yo creo que significa perderla completa. Tengo otros hijos, pero ahora me siento incompleto. Mi muchacho se llevaba bien con sus hermanos; era quien los mantenía ordenados».
Jesús Guillén observa con seria preocupación lo que sucede en Venezuela, donde los jóvenes se están matando y la rivalidad entre bandas se arregla a tiros.
A los padres dice que cuiden a sus hijos, sin maltrato. Pero más que eso, que les hablen claro, con la verdad por cruda que parezca, explicando cada peligro latente de la calle.
«Antes me iba tranquilo a trabajar; ahora quedo inquieto porque pienso en los hijos que me quedan».
A nadie le desea el más trágico de los sentimientos: «Cuando miras a tu hijo que te lo sacan de la morgue en una bandeja de metal».
Siempre en nuestro corazón
A veces prefiero no recordar tantas cosas porque sufro mucho. Mi hijo era el más querendón de todos, el más cariñoso. A veces me llegaba de sorpresa por la espalda y me levantaba diciéndome que él sí podía conmigo pese a que soy algo gordita.
Yurwer me hace falta por su sonrisa, por su trato especial. Nunca olvidaré esa carita suya que me decía que me quería, aunque esté muerto nunca me van a arrancar esa imagen.
De mis hijos, él se diferenciaba por su carácter.
Era un muchacho tranquilo, sano, normal como los demás. A veces se tomaba sus cervezas y se fumaba unos cigarros, pero no por eso me lo tenían que matar.
Soraida de Guillén, madre de la víctima
Mi hermano era mi llave, era ‘el mío’. ¿Si me entiendes?… era todo pues. Me hace falta, era mi hermano, era mi hermano.
Yo ahora tengo una hija y sé el amor que se siente por un hijo. A ella le diré que tenía un tío muy fino. Extraño a Yurwer, extraño a mi pana.
Ahora lo que yo digo es que hay que cuidarse, no andar por ahí en el peligro. Nada es ahorita seguro. Hay que hacer las cosas bien, trabajar duro y ya. En honor a mi hermano.
Cuando se murió mi hermano mayor, decidí tatuarme su nombre en una pierna de manera de llevarlo pegado a la piel hasta el momento en que también muera.
Fotos: Daniel Arrieta