Como lo decía hace poco Joel Rodríguez Ramos, persona de ejemplar probidad y sindéresis, cuando la mentira se vuelve norma de conducta, el engaño pasa a ser la característica definitoria de la persona o ente que se sumerge en ella.
Las ideas expuestas en su columna nos incentivan a diversificar el análisis partiendo de otras facetas, ya que a estas alturas es redundante abundar sobre la degeneración absoluta del régimen, dado el inmenso cúmulo de ejemplificaciones diarias a través de las cuales se evidencia que estamos en presencia no de un gobierno, sino de un grupo forajido que asaltó la nación.
Para nosotros, el punto sobre el cual debe insistirse buscando que el ciudadano capte adecuadamente este tipo de planteamiento, pasa por mostrarle los instrumentos que le permitan forjar su propio análisis.
Así, en ese orden, invitamos al lector a que parta de una somera visualización enfocada en figuras del régimen y en un vuelo rasante podrá percibir nítidamente la ínfima condición ética de las individualidades que conforman esa élite oficial al nomás revisar el itinerario existencial de cada figurón. Encontraremos en cada recoveco toda una suerte de mezclas indeseables que provienen de resentimientos enquistados, cuya posterior evolución y consolidación ha llegado a procrear esos fenotipos que nada tienen que ver con la decencia.
Pues bien, a partir de ese fundamento podemos inferir que la naturaleza básica de cada uno de esos individuos condiciona de forma determinante el perfil de la estructura funcional de la cual son parte interactuante, al drenar en ella el caudal de sus propias deformaciones, agravándose para nuestra sociedad el efecto pernicioso dado que el propio líder del sistema ha construido su devenir asumiendo la falsedad y la mitomanía como norte existencial.
En la etapa de descomposición que se avizora para el régimen chavista, el esfuerzo de sus círculos más connotados para salvaguardar el poder se refleja en aquello que la sabiduría popular bautiza como «echar el resto».
Así vemos cómo en los momentos actuales, a los canallescos engaños se adiciona un espiral de agresiones e infamias gerenciado por quienes exhiben mayor jerarquía en materia de desaprensión moral. No ha sido casual, ni producto de algún chimborazo frenético, que la designación de Jefe del Comando de Campaña del oficialismo haya recaído en alguien que estrenó su condición de rector del CNE, diseñando, implementando y ejecutando aquel fraude por medio del cual se quiso impedir la realización del Referendo Revocatorio. Es el mismo personaje que ascendió a la presidencia del Poder Electoral y desde la estructura que maneja la operación comicial, la Junta Electoral Nacional, estructuró esos dispositivos fraudulentos bautizados como Centros Móviles, manejados exclusivamente por las claques «cívico-militares».
Es también quien presionó a la hoy Comisión de Registro Civil y Electoral, para que ésta instrumentara los mecanismos pseudo-legales que han generado el crecimiento exponencial del padrón electoral, llevándolo no sólo a cifras de discutible verosimilitud, sino desechado todas las normas convencionales de auditoría en la materia. Es también quien al separarse del CNE, institución que debe garantizar la imparcialidad, no tuvo rubor alguno en aceptar responsabilidades que lo han desnudado luego como un fanático extremista, conservando además el vínculo de incondicionalidades en esferas claves del órgano electoral.
Las casualidades pueden ocurrir, pero cuando suceden repetidamente ya no son tales. Por eso es motivo de fundada sospecha la decisión repentina y abrupta de no abrir Centros de Inscripción Electoral en las universidades, a pesar del compromiso previo en ese sentido, y esa misma vía de suspicacia nos inclina a vincular este episodio con la estrecha conexión del personaje de marras con la Presidenta de la Comisión que maneja esa materia y con el actual director de la Oficina Nacional de Registro Civil, quien -otra coincidencia- fungió como su asistente personal cuando él ejerció la presidencia del cuerpo.
No es otra casualidad que quienes han sido señalados como responsables de la reciente agresión perpetrada contra Henrique Capriles Radonski, sean o bien funcionarios de la Alcaldía del municipio Libertador, o en su defecto, personajillos de la fauna de escoltas y guardaespaldas que medran del presupuesto municipal. Tampoco es coincidencial que un panfleto malamente bautizado como Correo del Orinoco, cuyos costos son subvencionados íntegramente por la susodicha municipalidad, haya sido el único medio que se hizo eco de una inverosímil y truculenta versión de los hechos al reseñar que «….activistas de la MUD se vistieron con franelas rojas para disparar y sembrar confusión….».
En la secuencia de nuestros razonamientos, la cual ha partido desde la visión del talante individual para arribar a las acciones calculadas y ejecutadas, aparece ahora el grave planteamiento que nos habla de un supuesto complot criminal contra el candidato de la Unidad Democrática, viniendo la conseja, nada más y nada menos, que de boca del inefable personaje que en algunos de sus innumerables impromptus delirantes ha fantaseado sobre dudosos atentados en su contra. Nos preguntamos, ¿por qué el propio Presidente de la República asume una denuncia de este tenor y la misma no se canalizó a través de la Fiscalía General de la República, tal como corresponde a la naturaleza del hecho?; ¿qué jugarreta se esconde detrás de este folletón bolivariero?, y lo más grave aún, ¿es advertencia o es amenaza?
Estamos en días santos y vale la pena traer a estas reflexiones lo dicho en las Sagradas Escrituras, «…así que por sus frutos los conoceréis…» (Mt 7:15-20)
