Nunca vamos a cansarnos ni arrepentirnos de repetir la trascendencia democrática del 11 de abril de 2002. Jornadas como ésta son poco comunes; y menos en estos tiempos de “comodidades tecnológicas”, mediante las cuales podemos presenciar los hechos, por más lejos que ocurran, desde nuestros hogares.
El 11 de abril, como ya lo dijimos en anteriores oportunidades, la Venezuela democrática dio desde Caracas, y con la participación del país, el ejemplo más palpable de la contundencia de un pueblo, cuando éste sabe ejercer la democracia responsablemente de manera civilizada. Aunque hayan pretendido tergiversar los efectos de aquellos acontecimientos, ese día el pueblo, inspirado en la consigna “ni un paso atrás”, decidió pedirle cuentas al Presidente de la República.
La respuesta que los manifestantes recibieron, fueron balas asesinas de unos cuantos francotiradores. Apostados éstos en las adyacencias de Miraflores, zona militar extremadamente vigilada. (Ponga usted a volar su mente y saque conclusiones). Aún se desconoce el número de asesinatos que hubo. Pero lo que sí supimos los venezolanos, y el resto del mundo, es que el Presidente renunció, abandonó el cargo, huyó o se rindió. Y la hazaña honró, y honra, la consecuencia democrática de los venezolanos.
Este 10 de junio, otro millón o más de demócratas en la calle, inscribieron la candidatura presidencial unitaria de Henrique Capriles. El resultado será más contundente que el 11-A, porque el 7 de octubre el padre de las calamidades que sufre Venezuela, será despedido para siempre.