Hace tiempo dos jóvenes se enamoraron y decidieron que se unirían ante el altar en matrimonio. Pero las circunstancias en el transcurso de varios meses se tornaron de imprevisto en un delicado problema para ambos. El vehículo donde ella viajaba chocó con un objeto fijo y se incendió y sufrió traumatismos y quemaduras en segundo grado, lesionándosele su hermoso rostro.
Esta situación generó en la muchacha cambios en cuanto al casorio, porque imaginaba sus planes truncados y le dijo lo que sentía en esos trances a su prometido. Yo no puedo contraer nupcias contigo; yo soy otra persona, mi cara no es la misma, te sugiero busques otra novia que reúna los atributos a los que tú aspiras. El mozo atribulado por su sueño deshecho se desvive en un apartado poblado, donde se fue a trabajar. Al cabo de unos años le escribe a su antigua y recordada chica y le cuenta por la situación que esta pasando. Me estoy quedando ciego -le dice –y todavía te quiero y deseo casarme contigo, si tu aún me aceptas así como estoy, y con mis propiedades podemos subsistir.
Tiempo después se logró su anhelada aspiración. El ya estaba sin visión, pero mantenía su amor. Así vivieron muchos años de comprensión, amor conyugal, y felicidad. Su infaltable compañera era su bastón, y así lucharon llenos de una sola atracción humana. A los años cayó ella abatida por la enfermedad y presentía dejarlo solo.
Le llego el día, se fue al más allá. Su esposo viudo volvió a ver. Confesó que veía pero se hacía el ciego. Así yo podía mirarla en su estado natural y ella no evadía su cara quemada, decía.