Sin secarse ni el sudor, llega cayendo la
tarde, aquel hombre puro y bueno, el que
siempre ha trabajado, el que siempre fue
un gran padre.
Recibe con resignación
los problemas de los hijos , los reproches
de la esposa , y una infinidad de problemas,
y a todos les da cariño. Un regaño por aquí,
un jalón de orejas por allá, sin que los hijos
lo sepan, que es a el, que dolerá: ya que por
ellos se vive , y con días buenos y malos, a
ellos siempre amará: Que Dios premie al
padre bueno, y su sonrisa tendrá, el día
que le toque partir, ya que a su lado estará.