Se ganan la vida trabajando cerca de los semáforos

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Cuando de ganarse la vida honestamente se trata, no hay límites que valgan. Y esa es precisamente la premisa que aplican decenas de vendedores que aprovechan las colas del tráfico para ofrecer mercancía diversa y satisfacer necesidades de nuevos clientes.

Cargadores de celular, frutas, forros para el volante, libros, copias de gacetas oficiales, conservas dulces, café, billetes de lotería, jugos, ambientadores para carros, juguetes infantiles, pan dulce, pañitos, cuadernos para colorear, flores, agua mineral, periódico, tostones, papagayos, banderas, entre otros, son algunos de los artículos que llevan en sus manos y brazos los comerciantes.

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Ciertamente, hacen mella el sol, la lluvia, el calor y la contaminación que emanan los carros. También el maltrato de aquellos conductores que se burlan o insultan, sin que éstos representen mayoría.

«Tengo 15 años en esto, pero sólo trabajo desde las 8:00 de la mañana hasta la 1:00 de la tarde. Luego me voy a mi casa a descansar y en la tarde estudio y trabajo en mi iglesia cristiana. No es mucho lo que gano, pero sí lo necesario para vivir», dijo Lisandro Suárez, ubicado en la intersección de la avenida Florencio Jiménez con La Salle.

Conforme se mueve el mercado, cambia de rubro. Cree que el cliente debe complacerse y la mercancía rotarse para buscar ganancias en todos lados.

Melvin López suele colocarse en la intersección de la avenida Vargas con Venezuela. También tiene 15 años en el oficio y dice que le ha servido para ayudar a su familia. No se ha planteado trabajar en otra cosa ya que la actual genera una buena remuneración por sólo trabajar medio día.

Suele ser común que personas con algún tipo de discapacidad física opten por el comercio de calle particularmente entre los carros y bajo los semáforos. Uno de ellos, ubicado en la avenida Argimiro Bracamonte con Venezuela, confesó que en un día promedio vende hasta 500 bolívares en mercancía.

«Es un trabajo duro, pero a esta vida hay que echarle ganas», reconoció.

Cerca del semáforo no están únicamente los que venden. También se perciben quienes limpian los vidrios de los carros, piden limosna y a favor de causas nobles como la operación de un ser querido o la realización de una actividad de la Iglesia.

Lo cierto es que durante los 30, 40 ó 60 segundos que dure el cambio de un semáforo, dependiendo de la zona de la ciudad donde esté ubicado, la habilidad llega a su máximo exponente y la comercialización de productos se hace rápida y efectiva.

Esta es otra manera de leer la ciudad. Una urbe que manifiesta públicamente sus necesidades, en el rostro de los trabajadores, no sólo de oficina sino de calle. Una ciudad que revela una necesidad imperiosa de nuevos puestos de trabajo, sin que esto vaya a desdibujar una preferencia comercial del que tiene años desempeñando la misma tarea.

Lo que debe prevalecer es el respeto por el que sortea su día entre carros tratando de ganarse la vida.

Fotos: AZ/ER

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