El ministro de Energía de Venezuela intervino esta semana y sin muchos complejos denunció al hombre sentado al lado suyo de ser un «predador» y un representante de la «arbitrariedad colonialista que ha hecho tanto daño al mundo», reseña Reuters.
Su desafortunado vecino en el podio de la conferencia era el jefe de la petrolera estadounidense ConocoPhillips, que reclama miles de millones de dólares a Venezuela en compensación por la nacionalización en el 2007 de sus operaciones en el país.
El propio jefe del ministro Rafael Ramírez, el presidente Hugo Chávez, es unas de las voces más críticas del capitalismo a nivel mundial.
Los líderes nacionalizadores del siglo XXI podrían tener buenas razones para creer que pueden hacer un trabajo mejor que las petroleras privadas y extranjeras, a las que ven como empresas desinteresadas y demasiado preocupadas por el corto plazo.
Los veteranos de la industria petrolera mencionan a Saudi Aramco como ejemplo de una compañía estatal bien administrada y capaz de llevar adelante una producción moderna, estable y eficiente. La que alguna vez fue un emprendimiento conjunto entre compañías estadounidenses y el reino de Arabia Saudita es ahora una entidad estrictamente estatal.
Fue en otro podio, en 1967, que el entonces vicepresidente estadounidense de Aramco, en ese momento llamada Arabian American Oil Company, dijo a 200 jóvenes sauditas que siempre serían empleados por una firma estadounidense.
Leídas lentamente desde unos apuntes escritos, estas declaraciones generaron malestar entre la audiencia, a cuyos ojos muchas cosas se estaban haciendo mal. Las operaciones eran manejadas desde Nueva York, Dallas y San Francisco, mientras que los trabajadores petroleros sauditas vivían en condiciones muy precarias.
A medida que el mundo se volvía sediento del petróleo saudita en la década de 1970, las compañías estadounidenses explotaban las reservas del reino a «tasas ridículamente altas» y convertían en un desorden los campos y los reservorios, recuerda Sadad Husseini, un ex alto ejecutivo de Saudi Aramco.
«La cultura general era: descubrir el recurso, exprimirlo al menor costo posible y luego irse a otra parte», relata Husseini.
Saturada por esta mentalidad, una clase gobernante saudita con un fuerte sentido de la propiedad encaró una nacionalización de Aramco que se completó en 1982.
«Nosotros no íbamos a derrochar o administrar mal nuestros activos», dijo Husseini, que estaba a cargo de exploración y desarrollo. «Comenzamos a construir escuelas, a crear empleos y a desarrollar nuestros recursos durante 30 ó 40 años. Pasamos muchos años en la década del 80 corrigiendo los problemas que ellos habían dejado», aseguró.
«La clave del éxito del modelo saudita fue la consistencia, y eso se mantendrá», dijo un importante ejecutivo occidental familiarizado con el funcionamiento interno del gigante petrolero saudita.
«El rey Abdullah claramente ve a Aramco como un orgullo nacional y desea desarrollar a los jóvenes sauditas», afirmó.
La producción de petróleo del reino subió por sobre los 10 millones de barriles diarios este año, un máximo en 30 años.
Otros países bendecidos de forma parecida tienen antecedentes más débiles y menos razones para culpar a las petroleras internacionales por sus problemas, aunque eso fue justo lo que hizo Ramírez en su discurso de esta semana en una conferencia de la OPEP, donde nombró a ConocoPhillips y a ExxonMobil.
Giro de 180 grados en Venezuela
Caracas se jacta de tener las mayores reservas de petróleo del mundo, y en busca de tecnología de punta, capacidades de administración y capital logró atraer a compañías extranjeras hacia su redil en la década de 1990.
Sin embargo, después de la llegada al poder del presidente Hugo Chávez, técnicos muy prestigiosos dejaron la petrolera estatal PDVSA, asustados por la promesa del mandatario de poner fin a la «cultura de la tarjeta dorada», en la que los extranjeros eran los que mandaban.
Ahora, 13 años después y tras la nacionalización de casi todos los activos petroleros de Venezuela, sus críticos dicen que PDVSA está languideciendo bajo el estricto control del Gobierno y que la producción está declinando.
«No ha habido nuevos descubrimientos, la capacidad está rezagada, la inversión está cayendo, las actividades son poco transparentes», dijo un ex alto funcionario venezolano del área petrolera que pidió no ser identificado.
«Muchas cosas han ido mal», expresó.
Entre estas cosas destacan las demandas judiciales. Caracas enfrenta cerca de 20 denuncias ante el tribunal de arbitraje del Banco Mundial como consecuencia de las nacionalizaciones, como un caso millonario presentado por Exxon Mobil y ConocoPhillips.
Sin embargo, detrás de su retórica encendida y de las órdenes judiciales, el Gobierno de Chávez ha negociado con las empresas y acordado pagar compensaciones por haber tomado el control de un porcentaje de las operaciones de estas firmas.
Como resultado de esto, varias compañías extranjeras grandes siguieron manteniendo sociedades con PDVSA para desarrollar el cinturón de crudo extrapesado del Orinoco.
Caracas afirma que estos emprendimientos generarán cientos de miles de barriles de petróleo por día en nueva producción. En sus resultados anuales para el 2011, PDVSA dijo que la producción creció a 2,99 millones de barriles diarios desde los 2,97 millones del 2010.
Para enojo del Gobierno, organizaciones internacionales de energía, como la OPEP, informan a menudo estimaciones menores sobre la producción de crudo venezolana.
Mientras el veredicto sobre PDVSA todavía está en el aire, no puede haber dudas de que en Rusia la toma de control estatal de la producción petrolera ha cumplido con su tarea.
A mediados de la década del 2000, Rusia nacionalizó la mayor firma petrolera del país, YUKOS, y encarceló a su principal dueño Mikhail Khodorkovsky.
Frente a esta jugada, no fueron pocos los que predijeron que el principal productor de petróleo del mundo perdería su poderío y los inversores occidentales huyeron.
Rosneft, La principal firma de petróleo del Kremlin, tomó el control de la mayoría de los activos de YUKOS e hizo crecer la producción a tasas de dos dígitos, lo que permitió a Rusia mantener su ranking y bombear más de 10 millones de barriles diarios.
En un mundo de hidrocarburos finitos y altos precios, los gobiernos con riquezas petroleras serían irresponsables si no dieran una dura pelea por sus activos.
En la década de 1970, las petroleras internacionales tenían cerca de un 85 por ciento de las reservas de hidrocarburos conocidas. Ese porcentaje ha caído ahora a menos de un 10 por ciento.
Para poner un pie en los grandes países productores, las empresas deben ofrecer primero algo único: la capacidad de administrar proyectos complejos y de gran escala, y/o una tecnología de punta.
El desafío de YPF
Argentina debe estar deseando emular el éxito de Saudi Aramco con su plan para invertir 7.000 millones de dólares al año para revivir la producción de YPF tras haber expropiado este año la participación que poseía el grupo español Repsol en la petrolera.
Que lo haga mejor que Repsol y reviva la producción argentina de petróleo y gas podría ser pedirle mucho a YPF.
La compañía es rica en recursos, pero en esta etapa estos recursos o están muy maduros o yacen en los activos recientemente descubiertos de petróleo no convencional en el yacimiento de Vaca Muerta.
«Será muy difícil para YPF cumplir y la producción probablemente siga cayendo», dijo Rebecca Fitz de PFC Energy.
«Esto podría crear oportunidades para las empresas con las capacidades técnicas adecuadas y con apetito por tomar riesgos en la superficie. En última instancia, YPF enfrentará presiones para sumar a otras compañías», sostuvo
YPF fue privatizada en la década de 1990 tras 70 años bajo las garras del Estado. Repsol entró a la compañía en 1999.
«Es fácil criticar el proceso de nacionalización, pero no hay que apurarse en juzgar a Argentina», dijo Husseini.
«Cuando Aramco fue nacionalizada, el valor y las prioridades cambiaron para mejor y yo sospecho que YPF irá en esa dirección», estimó.