El 1 de mayo de 1952 – pesando 37 kilos y quedándole apenas 87 días de vida – Eva Perón pronunció un vigoroso último discurso ante «sus descamisados».
Comparar aquellas palabras – y la macabra coreografía peronista – con eventos similares sesenta años más tarde – confirma el despiadado cinismo de todos los regímenes totalitarios.
Se repite incluso la manipulación demagógica por parte de los propios moribundos protagonistas.
El común de la gente se sobrecoge ante la perspectiva de la muerte, busca conciliar su espíritu con su Dios y su prójimo, se reviste de una profunda humildad al saber que se aproxima el fin de sus días. Busca la paz.
No así los desquiciados megalómanos que se encuentran en la cúspide de un poder omnímodo, desconectados de la realidad y secuestrados por hordas de cortesanos sin escrúpulos que descaradamente manipulan la figura del caudillo para el máximo beneficio propio.
Eternos protagonistas, dejan de lado su propia humanidad para sentirse piezas de un montaje teatral. Se crean un rol «heroico» hasta el último instante de su vida en desesperado afán por lograr algo de inmortalidad – por lo menos en el recuerdo de algunos. Y algunos lo logran, por lo general para mal, como es el caso de la atormentada Argentina.
Esos seres jamás mueren en paz: Consumen sus vidas en un resentimiento social tan virulento y en un odio tan implacable que parece quemarles las entrañas, aún más que los estragos fisiológicos que les corroen.
Porque el odio implacable es el cáncer del alma.
Son almas sin descanso que renuncian por siempre a la compasión y a la piedad, diabólicamente invocando la palabra «Dios» con fines totalmente opuestos a la paz y a la conciliación. Por eso tenemos a ese siniestro anciano Fidel Castro escupiendo bilis hasta el último aliento de su existencia. Genio y figura hasta la sepultura.
Así se repite la demagogia barata, el frío cálculo político, y la carga de odio del último discurso de Evita; y la descarada manipulación de su imagen por parte de la banda de saqueadores que siempre ha constituido la columna vertebral del «peronismo», comenzando por el crápula de su marido.
El maligno espíritu de aquella atormentada y destructiva mujer renace como Voldemort – aún sesenta años más tarde – en toda sociedad plagada por el tóxico virus del odio de clases.
Quiera Dios que la educación universal y la cultura general, junto a medios masivos que hoy están ponen al servicio de sus danzas macabras, tengan luego igual eficacia en disipar sus venenosos mitos.
(http://www.youtube.com/watch?v=X88Cg_3CXDU4).