De letras muertas y escritores mutilados

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A veces entro en pánico, cuando al cabo de unos días siento que no llega la inspiración, cuando no logro enfocar alguna idea que plasmar en papel, cuando no logro visualizar, en definitiva, lo que deseo para mostrar. Mi idea particular sobre la escritura está asociada con la magia y con las ciencias visuales. 

La asociación con la magia viene dada precisamente por la capacidad creadora, de la musa, la inspiración, ese don que poseen ciertas personas para plasmar una idea y darle vida con personajes y circunstancias, reales o imaginarias, bien lo dijo Isabel Allende en su novela la Suma de los Días “escribir es como el ilusionismo”. No es suficiente desaparecer ante la mirada expectante del gran público, hay que hacerlo de una forma elegante y natural, esos elementos puede conseguirse a través de la técnica, pero no siempre es así, creo que un porcentaje mayor nace con esa capacidad y la va desarrollando a través de los años, no fue algo que se les enseñó.

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Con las ciencias visuales puesto se refiere a la capacidad de mostrar algo que no se ve, de dar vida a alguien quien no se palpa y de crear, mostrar, relatar o ilustrar situaciones, personajes, hechos, creados o recreados, incluso jugar con el perfil psicológico de un personaje o cuestionar el pensamiento del lector, entrar a los recovecos de su mente, de su espíritu, de lo que cree o lo que cuestiona, en fin lograr visualizar un mundo intangible, real o imaginario a través del contenido dado a las letras plasmadas.
Sin embargo, aun cuando pueda tener un concepto más o menos original de asunto al punto de darle un significado personalísimo, muchas veces se me dificulta esa capacidad de dar forma y sustento a una idea. Pero es que juegan muchos factores determinantes, en mi caso particular es la pereza mental, a veces entro en una necesidad de búsqueda, reflexión, investigación o simplemente en un tiempo de ocio, que dicho sea de paso valoro especialmente y ni si quiera deseo analizar una circunstancia, noticia o hecho que merezca mi atención.
A veces pienso que ya todas las ideas han sido tocadas, inventadas o reeditadas y resultan por tanto monótonas e improductivas, imagino a un lector con la misma pereza metal que la mía y me cuestiono entonces por qué escribirla, sin darme cuenta que estoy recreando así el perfil de un personaje, que quizás sea yo mismo, encerrado en un mundo subjetivo y monótono donde el único personaje es “él mismo”, y que resultaría interesantísimo para escribir un cuento de terror sobre un joven quien vive en el mundo gris del desdén, quien por cada minuto de vida que perdió mirándose a sí mismo y dando por hechas las cosas, perdía también partes de sus facciones desintegrándose poco a poco con el paso del tiempo, dejando un hilo de soledad y desesperanza.
El mundo gira cada día, las oportunidades están allí al alcance de todos, los hechos se suceden y las historias se escriben ante nuestra mirada atónita a la velocidad de la luz. Bien lo expresó el premio nobel de literatura André Gide: “todas las cosas son ya dichas; pero como nadie escucha, hay que volver a empezar siempre” no es suficiente dar por dichas o hechas las cosas, nunca será suficiente que tanto se escriba o se lea o se produzca sobre un hecho, suceso o producto, siempre debe florecer la capacidad de innovar, reeditar o recrear esas personas o historias, ir más allá, un buen investigador no debe asumir el hecho de creer lo que el lector quiere o necesita saber. Al contrario, debe dar todo como desconocido y afanarse en mostrar siempre lo que pudo ver o captar. He creído que un buen escritor, sea fabulador o cronista, es como un fotógrafo, un gran observador, silencioso y rapaz, debe mirar y fijar esa mirada sobre algo o alguien, capturar esa imagen, congelarla en su mirada, procesarla en su mente y plasmarla luego en el papel, mostrando siempre lo que en realidad se vio, trasluciendo quizás su opinión.
Escribir es la actividad más subjetiva del mundo. No creo en el ejercicio objetivo de la escritura, incluso en el apasionante genero de las crónicas, pues aun cuando el cronista sea un acucioso lector o investigador, siempre el resultado traslucirá la visión de lo que descubrió, para unos el vaso estará medio lleno, para otros medio vacío, precisamente las opiniones en torno a una misma cosa pueden ser divergentes. Un buen cronista sí debe buscar todos los elementos que puedan sustentar su visión y será el gran público quien juzgue según su criterio.
No hay motivos entonces para no tener elementos que desarrollar, mundos que explorar o historias que reescribir. Siempre hará falta un elemento que no fue tomado en cuenta, una visión que no fue explorada o un argumento que no fue debatido, lo cual podría dar un giro determinante a una historia. Es muy fácil, manos a la obra.

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