Del Guaire al Turbio – Las Causas Perdidas

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Tal día como hoy, fiesta de san Antonio de Padua, nació la hija menor del matrimonio de mi hermano Antonio y Myriam Cupello. Yo quería que la lla- maran Antonia o Antonieta, más siendo hija y nieta de Antonios, pero no, no me hicieron caso y terminaron poniéndola Alicia. ¡Vaya homenaje de respeto sin acatamiento! Suerte de reminiscencia con variantes de cómo se recibían las Leyes de Indias por estas tierras de nuestros albores colonia- les: “Se acatan pero no se cumplen”. En mi familia los Antonios se dan sil- vestres. A partir de papá, ya van cuatro generaciones donde aparece el nombre. Añádase que dos de mis hermanos -ella y él- tuvieron sendos suegros así llamados, con sus lógicas consecuencias.

A mí me cae muy bien este santo de Padua, que no era de Padua sino de Lisboa, donde nació el 15 de agosto de 1195. Sin embargo, su gran obra evangelizadora se realizó en tierra italiana y su centro fue Padua. Llegando a esta ciudad muy enfermo murió el 13 de junio de 1231, no había cumpli- do los 36 años. Era de la orden franciscana de los Frailes Menores, donde entró enamorado de la pobreza, dejando atrás la vida de brillo que sus ri- cos padres querían para él. Fue, sobre todo, un gran predicador, la gente madrugaba para coger un buen puesto en el templo para oírlo. A través de su verbo, el Espíritu Santo actuó en muchas almas para convertirlas. Conoció a san Francisco de Asís, su padre fundador. Se le atribuyen muchos milagros en vida. Fue canonizado apenas un año después de su muerte.

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Pocos santos son tan populares en el mundo entero como san Antonio de Padua. Hay innumerables ciudades, pueblos, iglesias, congregaciones e instituciones de beneficencia y educación que llevan su nombre; hasta bai- les en su honor, como el tamunangue larense. Sin embargo, su mayor po- pularidad reside en su eficaz intercesión ante el Altísimo para obtener dos gracias bajo el mismo verbo: conseguir las cosas perdidas y conseguir no- vio. Cuento dos anécdotas de la vida real que confirman este carisma.
Un personaje de hace unos cuantos años, muy conocido en la sociedad barquisimetana, un auténtico play-boy, alegre, frívolo, desaprensivo y sim-
pático y por supuesto, sin ninguna práctica religiosa, tenía una sola y sin- gular devoción por san Antonio. Siendo muy niño, su mamá le dio un fuerte (Bs 5) para que le comprara algo en la bodega. La moneda se le perdió y desconsolado, se sentó en la acera a llorar pensando en la reprimenda que le esperaba. Recordó las peticiones de su progenitora a este santo para conseguir las cosas perdidas y a él encomendó su caso. De repente algo lo hizo voltear hacia un lado y allí estaba en la acera, junto a él, el fuerte perdido. Su fe en san Antonio era tan genuina que el pobre estaba seguro de que mi hermano homónimo, sumido en las tinieblas del Alzheimer, recuperaría la salud. Esta vez el santo le falló. Quizás no, a Antonio le convenía más llegar pronto a la felicidad eterna.

Una hermana mía, ingeniero civil y dos amigas colegas, todas solteras, hi- cieron un viaje a Europa organizado por el Colegio de Ingenieros. Pasaron por Padua y las tres encendieron velas en la iglesia de san Antonio con la consabida petición de novio. Mi hermana encendió la más grande, una de las amigas otra un poco más pequeña y la tercera una más diminuta aún. Ustedes no lo creerán, pero les aseguro que fue así: primero se casó mi hermana y las otras en tiempo inversamente proporcional al tamaño de las velas. La última lo hizo ya madura.

A san Antonio de Padua, sacerdote y doctor de la Iglesia, se le representa con el Niño Jesús entre sus brazos y unos lirios blancos. Según se cuenta, alguien lo vio cargando y jugueteando con el Santo Niño. Los lirios son el símbolo de la pureza, el santo la adquirió a fuerza de luchar en su juventud contra la sensualidad. En cuanto a eso de ser abogado de las cosas perdi- das, tal vez tiene su origen en el episodio de un novicio que huyó del con- vento y se llevó un valioso salterio que utilizaba el santo; él oró para que fuese recuperado su libro y, al instante, el fugitivo se vio ante una aparición terrible y amenazante que lo obligó a regresar al convento y devolver el li- bro. Si el de Padua aboga por las cosas, casos y causas perdidas, a él en- comendemos nuestra pobre Venezuela actual. ¡Que se luzca junto a la Virgen del Rosario el próximo 7 de octubre!

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