Es alarmante que vistiéndonos con las culturas y progresos ajenos sin que importe el costo del ajuar, nuevas miserias marchan tan ocultas como huidizo, taimado y oculto venía desde el grito ¡Tierra! de Rodrigo de Triana, el perverso morbo hereditario que corre por nuestra sangre, y que el psiquiatra desde hace más de medio siglo dio a conocer. Dio a conocer la causa de lo que hasta bien entrado el siglo XX fue motivo de las abochornadas incomodidades de los pensadores de entonces, angustiados de presenciar en los comportamientos las expresiones de una naturaleza humana extraña, pero indefinible.
Herrera Luque dio a conocer la causa de las constantes alusiones de Bolívar en su literatura epistolar a esa desalentadora naturaleza de los americanos, a la que sus dejos tanto mostraban como razón de sus críticas. La causa de la mayor parte de los trastornos en la pérdida de la primera república, debidos a las actitudes de los patriotas, y que él analiza en el manifiesto de Cartagena.
En la introducción a la cuarta edición de los Viajeros de Indias, al analizar los dos componentes científicos que como factores hereditarios perturban la mente de los venezolanos, Herrera Luque está mostrando, no sólo la sobrecarga psicopática que alimenta la criminalidad, sino que también está señalando la causa como él dice, «del subdesarrollo cultural» y por ende la causa del atraso de la América Latina. Ahora bien, a pesar de ese san Benito, sin duda alguna evidente, como marca diferencial del subcontinente con el mundo anglosajón, en nuestra Venezuela hay una pujanza cultural, la cual se expresa en islas de un progreso que no puede ser desestimado, porque un día llegarán a ser parte de la grandeza integradora de la nación.
No obstante, a los pilares juveniles de tales crecimientos aislados interesa adquirir conciencia del generalizado entorno precario de valores en medio del cual levantan sus obeliscos. Es como elevar una catedral en medio de una ranchería. Por eso llama la atención el desarrollo progresivo de foros de la historia nacional y el cultivo de las proyecciones del genio de Simón Bolívar, así como las repercusiones bicentenarias de la evolución de las instituciones de la libertad nacida de las interacciones heroicas del holocausto de las batallas arquetipo en el alcance de una realidad postrera, de la cual solo puede discurrir, solazarse y trascender el minoritario fruto cultivado en la academia, pero no la heredera masa popular del aquel americano desconocido por cuya necesidad clamaban las metáforas de los pensadores que jamás pudieron ni siquiera la sospecha de los quebrantos de la raza. ¿Por qué? Porque a riesgo de errar, parecería que aulas, academia, cenáculos, foros, desconocen que su multiborlada minoría convive con las multitudes representativas del subdesarrollo. Porque de otro modo es injusto aceptar que se trate esa omisión de un aislamiento escrupuloso de diferenciación cuando en cierto momento de desaliento se creyó cierta la tesis subhumana.
La preocupación gira en torno a la inadvertencia del descubrimiento del psiquiatra, pues viene a echar por tierra el histórico desaliento y a arengar a la América Hispana con el jubiloso ¡eureka! Significativo de que somos tan humanos como el más civilizado, habida cuenta de que la clave estuvo en develar el taimado y sigiloso pero gigantesco morbo hereditario; razones también suficientes para que oculto por tantos años haya podido subyugar en la ignorante inmadurez a las naciones del subcontinente. Los comentarios de preámbulo en estas primeras entregas quieren dar al lector algunos antecedentes del subdesarrollo, quebranto que ha sido motivo de fracasos de políticas, como por ejemplo la reforma agraria.
Orientación útil, por cuento estas referencias, además de informativas de las causas del mal, van a familiarizarlos con el sistema de soluciones programadas a ser ofrecidas al próximo gobierno.
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Cartas sin sobre La niñez del mestizaje II
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