De la misma manera, la mayoría de quienes deciden emprender un negocio nuevo lo hacen en el ramo del comercio de bienes o servicios, incluyendo la oferta de alimentos preparados como restaurantes o cafés. En general, todas estas actividades si bien son importantes, tienen en común que su generación de “valor agregado” es muy poca.
Lo anterior de alguna manera explica la paradoja de un país cuya actividad comercial ha crecido en los últimos doce años en más del 160%, mientras que su actividad productiva en promedio ha crecido en apenas 15% durante el mismo período, destacando en el mejor de los casos rubros como “cabillas” (90%), “cemento” (74%), y “vehículos” (60%), que compensan la caída de otros rubros, en especial en alimentos. De la misma manera, este fenómeno también encuentra su explicación en el hecho que desde 1999 hasta el 2011 la cantidad de monedas y billetes en circulación ha crecido en más del 2.300%, a la vez que la “liquidez monetaria” en general ha aumentado en más del 3.400%.
La combinación de los factores anteriores no tiene otra consecuencia racional distinta a la del crecimiento de la actividad comercial formal e informal, sobre todo esta última debido a los controles y regulaciones impuestas desde el Ejecutivo Nacional que han ubicado a Venezuela en el puesto #177 de 183 países en cuanto a la facilidad para hacer negocios.
Puesto en términos cotidianos, basta pensar en una economía que dejó de producir, con grandes cantidades de dinero circulando en ella, donde la incapacidad de producir ha promovido las importaciones, en ambiente inflacionario donde el salario no rinde y el consumo debe ser inmediato, esto combinado con la incertidumbre que representa el no respecto a la propiedad privada que garantice inversiones de mediano y largo plazo, al final lo que se obtiene es un gran centro comercial (por lo demás caro debido al control del tipo de cambio).
La consecuencia de todo esto en el mediano plazo es que tenemos una economía de muy baja productividad, basada fundamentalmente en el comercio que subsiste gracias a las grandes cantidades de dinero que se inyectan para promover el consumo y dar la sensación de bienestar. La paradoja, un “socialismo” que promueve el consumo y no el trabajo productivo.