“Nada camina tanto en este continente como un mito” (Alejo Carpentier)
Cuando uno termina un tema y lo entrega al periódico se pregunta: ¿Y ahora acerca de qué escribiré? , se presenta ante uno un nuevo reto -por demás emocionante- que en ocasiones amerita la dedicación de muchas horas y hasta días para desarrollar lo que la musa nos inspira. En esta ocasión –pensando en el momento en que vivimos- decidí escudriñar un poco en la narrativa de escritores que reflejan en sus novelas y en sus escritos el pasado y presente de los pueblos cuya esperanza de paz, progreso y libertad busca refugio en el dictador que termina ahogando sus sueños, negando sus derechos, aplastando sus libertades.
Fue buena la idea de Descartes de crear un sistema filosófico inexpugnable, garantizado en su verdad y en su orden lógico como en las matemáticas, pero difícil de lograr por aquello de que gran parte de la humanidad lleva por delante su ambición de poder y de riquezas, antes que cumplir con sus deberes, honrar su palabra y respetar las normas.
Hay novelas que reflejan los acontecimientos históricos; es el análisis que hace el escritor al poder político cuando este cae en manos de una figura autoritaria. “Campana en el desierto” de José Ángel Ocanto es una acumulación de datos e historia de los acontecimientos que no se perderán, por duros y traumáticos, del triste periodo que hemos vivido en los últimos años. La pluma de Ocanto revive la atmósfera del tiempo perdido; cada domingo pone frente a nuestros ojos el diorama de las realidades nacionales. Su campana ejerce pulsión sobre el cambio que ya gesta la fe en el corazón de todos.
En “La Fiesta del chivo” de Vargas Llosa se refleja el gobierno autoritario de L. Trujillo. Allí están plasmados los excesos que engendran el poder y la corrupción de un gobierno.
Mitos y utopías que se entremezclan y alimentan, convierten la mente del talento narrativo en un volcán encendido de ideas, capaz de descorrer las sombras para mostrar el panorama que va dejando a su paso la tiranía. Me viene a la memoria la insistencia de Churchill de que “ningún país debe aceptar que la tolerancia de la intolerancia sea utilizada ni en nombre de la paz ni de la democracia”.
Martí tenía fe en el hombre, avizoraba con confianza el futuro. Miguel Ángel Asturias en El señor presidente” lanza una mirada sobre aquellos dictadores que concentraron todo el poder en sus manos, llenando las calles de mendigos y de esbirros aduladores su entorno. Jorge Zalamea en “El gran Burundún Burunda ha muerto” construye su relato como un poema reiterativo hasta la obsesión, es el resultado de su progresivo avance cuya experiencia lo lleva a describir la aventura de un villano que decide la anulación de la palabra. “El doctor Francia” muestra no solo lo que hicieron los dictadores, sino lo que los llevó allí y por qué siendo elegidos se enceguecieron con el poder para consumírselo él y sus esbirros. Fue esta clase de dictadores los que se aprovecharon de la confianza de los pueblos para oprimirlos y arruinarlos, cuyo poderoso dedo condenaba o salvaba. Para estos tiranos los textos de 1810 de “Los Derecho del Hombre y del Ciudadano” no revisten ninguna importancia ante su poder omnímodo. Con la realidad de que como no hay mal que dure cien años por su propio peso entre otras cayeron las dictaduras de Perón, Rojas Pinilla y Pérez Jiménez en América.
En libros como El Recurso del Método de Carpentier, Yo el Supremo de Roa Bastos y El Otoño del Patriarca de García Márquez indican el tiempo en el que hicieron sus obras y las circunstancias en las que las hicieron. En términos generales este tipo de trabajos es el producto de las coordenadas con que tejen los escritores sus obras.
El chorro creativo de inagotable caudal, las bisagras narrativas, las realidades que proyectan escritores de la talla de Guillermo Morón, Juan Páez Ávila y Uslar Pietri entre otros, son (para el corazón de quienes los leemos y apreciamos), letras de oro puestas en la bandeja de plata de la historia, cuyo brillo jamás se opacará. A buena narración, segura reflexión.
