Que aproximadamente el 48% de los jóvenes venezolanos, entre los más estudiosos y mejor preparados en nuestras universidades, manifieste en diferentes encuestas que quieren irse del país, debería ser preocupación tanto del gobierno como de la oposición. De las autoridades gubernamentales, porque seguramente tienen alguna responsabilidad en la desconfianza que han creado con sus políticas públicas que no han generado condiciones para su arraigo en territorio nacional; y de la oposición, que aspiraba ganar elecciones el 7 de octubre, por lo que significa la descapitalización humana, científica, técnica y humanística de una nación, que lo tiene todo para impulsar un desarrollo económicos sostenido, para lo cual debe crear condiciones favorables para un mejor nivel de vida, de los que todavía permanecen en suelo patrio, sino también para provocar el regreso de la mayoría de los que se han ido.
En más de un millón de jóvenes profesionales se calcula que han emigrado de Venezuela en los 12 años de gobierno de Hugo Chávez, buscando nuevos y fructíferos horizontes que les garanticen un mejor futuro, que no encuentran en nuestro país, como consecuencia no sólo del atraso económico sino también por la discriminación política que ha establecido el régimen del Comandante Presidente, contra quienes aparecen en la lista Tascón, como contra quienes se niegan a identificarse con el partido oficial.
Una de las primeras causas generales de las grandes tragedias que impiden que las naciones del llamado Tercer Mundo puedan avanzar hacia un desarrollo sostenible, que genere bienestar a la mayoría de sus pobladores, es la emigración de miles de sus hombres y mujeres muy bien capacitados en sus universidades, porque no encuentran estímulos para poner en práctica sus conocimientos especializados. Incluso los que logran realizar postgrados en universidades del primer mundo, se ven forzados a regresar a esos países que generalmente los reciben, no sólo con los brazos abiertos, sino también con un trabajo adecuado a sus niveles de calificación profesional, sueldos acordes con el costo de la vida y hasta con vivienda apropiada para alojar decentemente a su familia, y poder dedicarse a trabajar en el menor tiempo posible.
Algunos países desarrollados les garantizan estabilidad en el empleo, porque ya conocen el grado de competencia de quienes han cursado estudios en sus mejores universidades públicas o privadas y saben del aporte que pueden darle a sus empresas y a la nación misma. En el mundo de hoy, en la era del conocimiento, no sólo preparan a sus nacionales para que contribuyan a un progreso permanente de sus economías, sino que no satisfechos con semejante garantía de futuro y bienestar, reclutan en el resto del mundo aquellos cerebros que la improvisación y atraso de sus gobernantes y planificadores no son capaces de retener con sueldos dignos de sus niveles de educación.
Y algunos países en desarrollo, de esos llamados emergentes, que avanzan hacia alcanzar una economía competitiva en nuestro tiempo, como los agrupados en el BRICS, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica atienden con prioridad la educación de sus jóvenes, los envían a las universidades de las naciones altamente desarrolladas a culminar estudios de cuarto y quinto nivel, y al regresar a sus territorios los ubican en los puestos, previamente seleccionados para un mayor rendimiento. De allí su prosperidad indetenible.
.En nuestro país aterra leer que en la última década han emigrado cerca de 5.000 médicos, porque no pueden sobrevivir con sueldos de hambre y sin insumos para cumplir sus funciones. El gobierno revolucionario se ufana de haber expulsado de su trabajo y obligado a emigrar a más de 20.000 ingenieros petroleros. Por razones de espacio cabe preguntarse ¿dónde estarán los físicos, los matemáticos, los científicos en general egresados de nuestras universidades? en una época en que la única gran revolución que ha tenido éxito es la del conocimiento, la del dominio de la ciencia y la tecnología que cambian vertiginosamente cada uno o dos años, haciendo obsoletos viejos paradigmas demagógicos, como aquel de los pueblos son los grandes revolucionarios que impulsan el progreso de la humanidad.
Mientras nuestras naciones estén dirigidas por políticos ignorantes en materia de investigación científica y tecnológica, que se genera en las universidades y en los laboratorios de las grandes empresas transnacionales del mundo, como lo percibió DENG XIAO PING, el gran estratega Chino que provocó el más importante viraje en el progreso de su país, no saldremos del subdesarrollo.