El ciudadano común del centro de la república, extremadamente preocupado por su propia seguridad, por la de la familia y los bienes, quizás no perciba en toda su magnitud el drama que se vive a lo largo de los casi tres mil kilómetros de frontera colombo-venezolana. Sólo los habitantes de los pueblos y caseríos de Apure, Táchira y Zulia sufren, a tiempo completo, los males derivados de la presencia activa de las estructuras del crimen organizado. Esas que sirven de instrumento operativo al terrorismo guerrillero, al narcotráfico y a nuevas estructuras armadas que dicen actuar a nombre y en defensa de la revolución bolivariana. La impunidad es de tal naturaleza que los irregulares controlan la vida ciudadana, sustituyen a las autoridades locales y se convierten en punto de referencia hasta para resolver conflictos familiares y problemas propios de la vecindad.
Allí no se agota el problema. Las acciones de los irregulares se extienden a otros estados, avanzan hacia la capital de la república con acciones que aumentan la angustia existencial de toda Venezuela. La situación es tan grave que nuestro prudente candidato presidencial, Henrique Capriles, acaba de decir que las FARC están en Caracas y, lo que es tanto o más grave, que el presidente Chávez lo sabe, como también sabe la ubicación de los campamentos guerrilleros en todo el país y la de quienes los comandan. Las respuestas de los voceros del régimen han sido tan débiles que las sospechas y dudas que antes existían sobre estos temas se convierten en convicciones basadas en múltiples evidencias.
Agradezco al periodista Alfredo Michelena el agudo trabajo que bajo el título de ¿Quién manda en la frontera? publicó a principios de mayo en la revista ZETA. Allí sintetiza una reciente publicación colombiana llamada «La Frontera Caliente entre Colombia y Venezuela», editada por Random House Mondadori y presentada en la reciente Feria del Libro de Bogotá. Recomiendo ampliamente su lectura. La desinstitucionalización de la vida fronteriza es producto de una mezcla de comodidad y complicidad mucho más grave de lo que parece.