Hay muchas canciones de despecho. Muchas veces expresan el estado anímico de quien las escribió. Sin embargo la vida es mucho más que eso. Todo lo que nos pasa tiene dos caras. Si nos quedamos estancados en lo negativo, no saldremos de abajo, tal como esas canciones pretenden insinuar.
Existió, en tiempos de los nazis un médico psiquiatra austriaco llamado Víctor Frankl. Como todos los judíos, sufrió las penas del holocausto: los campos de concentración, las torturas, el hambre, la pérdida de sus seres queridos. Sin embargo, elaboró una psicoterapia muy interesante.
Explicaba que su método, que llamó Logoterapia, (curación a partir de la palabra), consiste en proyectar a sus pacientes al futuro. A descubrir las cualidades que cada uno tiene, a valorarlas. Con este sistema quería sacar a flote lo positivo: proyectos, familia, trabajo, etc. y entusiasmarles con eso.
Sus resultados fueron gigantescos. La gente comenzó a pensar que su vida valía a pesar de los vejámenes a que estaban sometidos. Se puede decir que era una psicoterapia de la esperanza. Con eso quería además contrarrestar la psicología freudiana, que metía al paciente en el sótano de la mente, del que tenía que extraer ocultas razones que eran la causa de sus problemas.
La delincuencia atroz que nos rodea cada fin de semana, es una manifestación del desprecio que sentimos por la vida. Un niño abortado, aunque le llamemos feto o embrión, es una manifestación clara de cuanto venimos diciendo.
Tratamos las cosas, según la opinión que tenemos de ellas. Un bolígrafo de oro no lo tiramos al suelo. Igual con las personas. Los robos, los homicidios, el comercio con personas, etc. son el fracaso de una sociedad que no valora lo importante.
Pienso que todos podemos hacer algo. En el hogar, la oficina, en el club. Conocer a las personas que nos sirven por sus nombres, es tenerles en cuenta. No son un número más.
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