Dedicado a la memoria de nuestro amado amigo Eduardo “Nadia” Moussawel (1957-1997)
Un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano. Demetrio de Falero
La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas. Aristóteles.
Los amigos que tienes y cuya amistad ya has puesto a prueba / engánchalos a tu alma con ganchos de acero. William Shakespeare.
La amistad es un tesoro que lastimosamente tasamos mejor cuando se ha perdido. Eduardo, con su ida prematura, me lo enseñó de forma enérgica. Sin ánimo de resonar los pasajes desolados de su éxodo al paraíso, pues si alguno merecía el cielo era él, quiero usar este pequeño punto de partida para retrotraerlo de las sombras, y restituirle a la luz con que relució desde que arribó de Pto. La Cruz a la UDONE, por allá en la década de los setenta.
Eduardo fue un varón bien parecido de mayor estatura que el promedio, fuerte, ojos café y ceja tupida, su apodo se lo metió, si mal no recuerdo, el OSO-rio, porque su cabello lacio al estilo “Moe” de los tres chiflados, lo hacía asemejarse a Nadia Comaneci, la célebre gimnasta rumana de las Olimpíadas Montreal-1976 y porque se la pasaba en un solo brinco.
En Nadia el contento y la buena onda fueron un denominador común. No creo que exista un solo coetáneo que lo haya tenido por rival, quizás en fútbol y por supuesto en el amor. Un exponente auténtico de la coopetencia y no de la competencia. Sergio Torossi, itálico de mar y del tipo callado, quien desconfiaba hasta de su sombra (y no por eso era un aliado desconfiable), siempre lo mantuvo como su mejor amigo. Y en eso sus amistades convenían con Sergio, en el contraste entre apreciarlo o adularlo porque una era sincera la otra no; porque una procede del corazón; la otra sale de la boca; porque una es altruista; la otra egoísta; porque una despierta admiración universal; la otra es universalmente condenada. Nadia, fue un ser favorecido de naturalidad, franqueza y agradecimiento y por tanto era bien estimado.
Con Nadia no había duda. Era fácil amigarse y enormemente difícil, sino imposible, enemistarse. Había algo entre su docilidad y su candidez que suavizaba el entorno. Igual era de un simpático subido. Una anécdota inmortal, fue ese día que luego de la kaimana fuimos a cocinar la popular pasta Eduardo con albahaca y pomodoro en su residencia en el edificio Ginamorena frente a Nino Reyes, ese mismo lugar donde conoció al artista andrógino Juan Loyola. Estábamos, entre otros, Fucho, que como buen comensal, no se pelaba una pasta al pesto, Morales, que entraba maldiciendo el pisotón que le había propinado el profesor Pepe González, Pancho (Pench) Mantilla con dolor renal, Serafino apestando sin desodorante con la misma franela sudada de ayer, el flaco Chaffardet(echa’o a perdé) y yo con la misión de montar la pasta al dente e ignorar la lesión de rodilla por añejo accidente de motocicleta.
De pronto Nadia se fue al cuarto, y Pancho, Maula y yo le seguimos. Tras cerrar el portón, para no perder el frío del aire acondicionado, el pana Eduardo, con una expresión a la criolla dijo punteando el poster que surgía tras la puerta: ¡ufff! que bella la chama ¿no? al unísono los tres nos echamos a reír y Nadia asombrado preguntó qué nos pasaba, con esa manera inocente que lo identificó de por vida. Y Pancho le aclaró: que bolas tienes tú ese es uno de los hermanos Cassidy. Hasta hoy día nos seguimos gozando esa historieta, como si fuera apenas ayer. Cuanta falta hacen los amigos propensos cuando en plena adultez, por A o por B, se nos marchan, se pierden, nos ignoran o sencillamente se precipitan en el olvido.
Nadia conducía sangre de moro con tal altivez que ni lo advertíamos. Ya pasado los años olvidó sus pininos en los estudios de biología, y luego de romper con María Dalia, a la que quiso con ardor total, dedicó su espacio por completo a la fotografía, siendo uno de los más fieles exponentes de la peculiaridad insular y udista, de la que queda una recopilación de sus mejores faenas en un Blog, que en su homenaje organizó Alfredo Allais, posterior a su desaparición física, y quien también persiguió esos itinerarios de la imagen y la estampa, al igual que su gran amigo, colega y hermano, Eduardo.
De Eduardo son tantos los hechos que podría cifrar, que no sobresaltan la cantidad, sino que ninguno sea dañino. En lo íntimo, todos los años tengo un tiempito para instalarlo en una plaza especial que llevo continuamente en la memoria y en el aliento. A veces sufro su ausencia en solitario y lo extraño con honestidad, pues su amistad desmonta lo inservible y concibe lo superior. A este dilecto amigo, debo grandes sabidurías: Que una amistad vale tanto como el sol porque ilumina el espíritu, que el amigo otorga amanecer a la noche triste y al fiasco y sobre todo suministra el elevado valor de no temer a la caída y menos al vivir.
También aprendí que la amistad duplica los agrados y divide a la mitad las angustias que un amigo es una persona con la que se puede pensar en voz alta y que la amistad es más difícil y más rara que el amor. Por eso, hay que salvarla como sea. La verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido, decía R.Tagore.
Pocos años antes de morir un día aciago, venía del Centro de Investigaciones de la UDO en Boca Río, y por esas cosas del mal hado, atropelló a dos personas accidentadas al borde del camino matándolas en el acto; esto lo marcó hasta su fallecimiento. Nunca lo hizo saber, pero jamás volvió a ser el mismo. Una aturdida ojera de angustia recubrió su pasmo.
Nadia murió a escasos 39 años de edad por un aneurisma que lo dejo en vida vegetal y como nota triste fue desconectado de los aparatos que respiraban por él frente a familiares y amigos. Por suerte o mala suerte no pude estar presente. Jose Luis describe el momento del adiós de bata y tapaboca palpando sus pies gélidos y supo con el alma rota, que Eduardo había zarpado para siempre. Hoy aspiro a la paz de su alma al más allá en eterno asenso. Y te agradezco mi panita por ese trato fácil, y deseo que dios te bendiga y al mismo tiempo bendiga este mundo, ese mismo mundo donde nos dispensaste tantas humanas razones para aceptarnos los unos a los otros… te estamos en deuda…Muchas gracias por todo eso amigo Eduardo… gracias de verdad por tanta valía hermano NADIA.