En sus Runrunes del jueves pasado Nelson Bocaranda dijo que la reaparición de Chávez en vivo tras días de reposo absoluto “le permitió revivir todo tipo de especulaciones donde la más popular volvió a ser la que pone en duda, tanto para sus seguidores como quienes se le oponen, la enfermedad cancerígena que lo acosa desde hace más de un año”.
Yo me pregunto ¿cómo no ponerlo en duda?… Si algo me ha enseñado Chávez en estos larguísimos catorce años es a no creerle ni el Credo rezado de rodillas. Y si algo me enseñó mi ex marido, que es un brillantísimo gerente, fue a plantearme la mayor cantidad de escenarios ante una eventualidad. Él fue la única persona que yo conozco que a principios del paro petrolero formuló la pregunta que casi nadie se hizo: “¿qué pasa si Chávez aguanta el paro?” La repitió a amigos y conocidos. Cuando le respondían que era “imposible” que eso pasara, él repreguntaba: “¿Y qué pasa si lo aguanta?” La historia le dio la razón.
Recuerdo otra ocasión que quedó para siempre sellada en mi memoria como un aprendizaje de vida: mi marido y un socio querían comprar una pequeña industria. El dueño quería retirarse y acordaron una suma y la forma de pago. Sólo faltaban los documentos del socio para introducir la firma en el registro. Mi marido tenía un viaje de trabajo a Japón que duraría algo más de tres semanas e insistía en dejar firmada la compra antes de irse. Todos los días llamaba al socio para pedirle que le llevara sus documentos. Le decía que era mejor firmar porque en tres semanas podía pasar cualquier cosa.
-¿Cómo qué?, le preguntó el socio un día que almorzaba en nuestra casa.
-Como que se muera el dueño, por ejemplo, le dijo mi marido.
El socio me vio y se rió divertido:
-¿Y por qué se va a morir si está rozagante?, le preguntó a mi marido.
-Es una posibilidad, no estoy diciendo que esté enfermo. Pero yo como gerente estoy entrenado para proteger todos los flancos que me sean posibles.
Pero el socio era un individuo que se tomaba las cosas con excesiva calma. Ni se inmutó ante la avalancha de llamadas de mi marido pidiéndole que no dejara la firma para después. Y sucedió lo que mi marido temía: hubo que dejarla para cuando él regresara de Japón.
Dos días después de su partida, el socio me llamó con voz angustiada:
-¿Dónde está tu marido? -me preguntó.
-Está en Japón, tú sabes que se fue antier -le dije.
-¡Ay, Dios mío!… Cuando se entere…
-¿Qué pasó?…
El dueño había muerto esa mañana de un infarto.
Con este mismo raciocinio me siento en la obligación -como opinadora y como ingeniero profundamente cartesiana- a plantearme metódicamente la duda que se desprende del misterio que ha rodeado la enfermedad presidencial: ¿y si no fuera verdad que tiene cáncer?… ¿si todo fuera un vil manejo de la noticia?… ¿es esto un teatro con fines electoreros?… ¿si a estas alturas, un año después de diagnosticado el cáncer, no sabemos ni dónde lo tiene… será que lo tiene?
No es tan descabellado como pudiera parecerlo a primera impresión. Una persona con ciertos escrúpulos al rompe argüiría que “con esas cosas no se juega”. Pero Chávez nos ha demostrado que él juega de muchas maneras, la mayoría no limpias. Por eso no le creo y por eso pongo en duda que esté tan enfermo. En la cadena del martes pasado se veía bastante saludable. Me cuesta creer que alguien con un cáncer terminal se exprese con tanta energía y tanto odio.
No me extrañaré entonces si en un par de meses sale anunciando el “milagro”. La gente le creerá, ¿cómo no creerle, si todos, chavistas y opositores, dicen que tuvo cáncer? Lo atribuirá al Cristo de La Grita, a la Virgen de Coromoto, a José Gregorio Hernández, a María Lionza y a los espíritus de la sabana. Dirá con su habitual desparpajo que “ellos” lo escogieron para que conduzca los destinos del país per saecula saeculorum. Será el “ungido”, el “elegido”, el “único”.
Si esta elucubración resultara ser cierta, ¡que Dios nos agarre confesados!
@cjaimesb