Música para Jacinto Lara, Diego Matheuz en tributo al prócer

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Como un extraordinario tributo al héroe epónimo de la entidad, Jacinto Lara, la séptima edición del Festival de Juventudes Bancaribe, con el Ciclo Grandes Virtuosos, invitó al titular del Teatro La Fenice de Venecia, Diego Matheuz, a conducir a la Orquesta Sinfónica Juvenil y el Sistema de Coros del estado Lara.
Con esta cita, la Fundación Bancaribe reconoció además el tesón, esfuerzo y disciplina del talento humano que hace vida en el Sistema de Orquestas y Coros de Venezuela. Este ciclo se inspiró en la paz y otorgó el privilegio a los larenses de reafirmar lazos de solidaridad y compromiso en la plenitud de una convergencia de sonidos y matices.
El concierto, días antes, auguraba la conquista de los ejecutantes. En primer lugar, por el regreso del laureado director de orquestas a su terruño y, en consecuencia, por la trascendencia de la velada, que conmemoró los 234 años del natalicio del prócer de la región.
Consolidado y con su batuta, llegó el sensible y carismático joven que del arco pasó a la dirección hace siete años.
A las 5:00 de la tarde, ante más de 700 espectadores, el director de tan solo 27 años subió al podio y condujo a más de 600 virtuosos que habitan en la capital musical de Venezuela.
Apasionadamente, el artista barquisimetano también dirigió, por primera vez, a sus padres Diego y Yudith de Matheuz, integrantes del coro adulto y a sus hermanas menores Sabrina y Sarahí, ejecutantes del violín I y flauta, respectivamente.

Entre el poderío y lo sublime

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Matheuz con su particular energía impulsó un diálogo entre cuerdas, vientos, percusión y líricas.
Él revivió la Sinfonía No. 9 en re menor Op. 125 de Ludwig van Beethoven, obra de prestigio en el repertorio académico universal que en palabras del virtuoso barquisimetano representan un tributo a la unión, a la paz.
La intensidad de su batuta cautivó a la multitud, que extasiada apreció los movimientos de la obra: Allegro ma non troppo, Molto vivace, Adagio molto e cantabile y finalmente el cuarto y más célebre movimiento, la Oda a la Alegría, cuyo texto pertenece al dramaturgo alemán Friedrich Schiller.
La sinfonía avanzó, se elevó, nutrió el alma de los amantes de la música y así se compuso una atmósfera inigualable, con la armonía como consigna y sentimiento unánime.
El primer movimiento emergió entre los instrumentos con fuerza heroica, los asistentes se contagiaron de ese mensaje sonoro de fraternidad y observaron la perfecta sinergia entre el conductor de la pieza y los ejecutantes, que iban desde pequeños talentos, hasta jóvenes y consagrados que prosperan en el fenómeno orquestal de la nación.
Prosiguió el palpitante concierto con Molto vivace, movimiento magistral y contundente, de velocidad y delirio. La fiereza de éste es descrita por los ejecutantes como ‘el infierno en llamas’, por su abrumadora energía y el clímax que se concibe entre los ecos rítmicos.
El virtuosismo de Matheuz pasó al gesto más sublime en el movimiento venidero, que supuso una pausa de los segmentos anteriores cargados de ímpetu. Con serenidad y magia instrumental, la Orquesta Sinfónica Juvenil y el Sistema de Coros transitaron por el sendero que los transportó al último movimiento, el más aclamado.
Con la Oda a la Alegría se rememoraron los movimientos precedentes, aquí irrumpieron con sus voces en el escenario la soprano Mariana Ortiz, la mezzosoprano Katiuska Rodríguez, el tenor Idwer Álvarez y el barítono Gaspar Colón.
El cuarteto declamó los versos de Schiller, los cuales exaltan la naturaleza y el individualismo del hombre. Arropados por el sonido orquestal, los cantantes líricos se lucieron con esta celebración vocal de la hermandad, que reza en uno de sus estribillos: “alegres, como los soles surcan la espléndida bóveda celeste, corred, hermanos, seguid vuestra ruta, alegres, como el héroe hacia la victoria”.
La coral también conquistó ese combate que libra el alma en búsqueda de la felicidad. Niños, jóvenes y adultos evocaron las premisas de belleza y esplendor.
Con la 9na. Sinfonía del memorable Beethoven se honró a Jacinto Lara, quien distingue con su nombre a esta región, cuna de virtuosos como Diego Matheuz. La pieza musical realzó la lucha independentista que libró Lara desde 1810 hasta 1824 y sirvió como un preámbulo para la celebración que se gesta hoy en todos los rincones del estado.
El regocijo del público agitó el recinto, una intensa ovación aclamó la pasión de Matheuz, la orquesta, los coros y los intérpretes. Con el beneplácito de músicos y asistentes se clausuró el espectáculo, que mereció los aplausos y vítores de los melómanos y fue consagrado por los especialistas como un encuentro de alto nivel, en el que se logró la perfecta interpretación de una pieza inscrita en el Patrimonio Histórico de la Humanidad de la Unesco.

Fotos: Edickson Durán

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