Torres y el futuro (1/2)

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 Todo territorio tiene sus características propias que lo singularizan, concediéndole incluso cierta especificidad irrepetible, que contribuye a su individualización.

El municipio Torres es un buen ejemplo de ello; con una amplísima extensión espacial, muestra una profusa complejidad que nunca ha sido entendida por la mayoría de sus pobladores y mucho menos por sus gobernantes, quienes han sido incapaces de comprender tal complejidad, lo cual, en presencia de la discrecionalidad que les conceden las costumbres y las leyes, solo les permite improvisar, aplicando el síndrome de Eudomar Santos «…como vaya viniendo, vamos viendo…» actitud ésta que, entre muchas otras, han mantenido este municipio en un estado de postración, de atraso que, francamente, no merece; siendo como es este, un pueblo de próceres, de intelectuales, de pensadores y de poetas, lo que es un indicador de creatividad, originalidad e iniciativa.

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Por nuestra parte, hemos venido estudiando este territorio -donde nacimos y crecimos- desde hace mas de cincuenta años; desde aquellos tiempos cuando eran las recuas de burros o mulas, la gandolas para el transporte de bienes -producidos en el municipio- para llevar alimentos -granos, carne, quesos, etc y traer de regreso productos manufacturados -sal, harina, trapos, pólvora, quincalla, etc.- ni existía la carretera Lara-Zulia, por lo que el trayecto se hacía a lo largo de picas, que cruzaban el abra entre las Sierras de Jirajara y Ziruma o del Empalado; se trataba de recuas de alrededor de cincuenta animales, guiadas por varios arrieros armados, gremio del que hoy quedan pocos o nada.

En esos tiempos, durante los cuales no estudiaba, pero si observaba, solo existía una gran carretera -no asfaltada- la Transandina, a través de la cual se trasladaban gentes y enseres de «importación» desde los Andes y del Centro, de relativa importancia para la localidad.

La verdadera ruta mágica y trascendente para la «exportación» de multivariadas cosas hacia los campos petroleros del Zulia, ávidas de todo cuanto se les llevara, lo que pagaban con doradas onzas y morocotas. Como lo indicara previamente, he venido estudiando este territorio; primeramente de manera inconsciente, como chico realengo, hijo de un criador de medio pelo, luego como militar y últimamente como profesional de la ingeniería al servicio de Fudeco, durante treinta y cinco años.

Era la «Escuela de Fudeco» donde nuestros maestros fueron los ingenieros Froilan Álvarez Yepez, Hipólito Kwiers, Humberto Fontana, José M. Ochoa Pile, George Gibbs, Carlos Caraballo, los economistas Manuel Pinto, José y Dina Furiati, además los ecólogos Robert Smith y Stephen Tillit; gente esta que nos formo, pulió y nos capacitaron en la percepción, análisis e interpretación de situaciones -problemáticas o no- y previsión de soluciones, en un momento cuando las provincias eran poco más que colonias de la capital de la república.

Esos Maestros, nos entrenaron para ver más allá de lo evidente, a prever escenarios futuras; es decir, aguzaron nuestros sentidos para comprender situaciones complejas. Localizamos cantidades de sitios de presa, yacimientos de minerales y otras potencialidades. Personalmente participamos en las iniciativas de Montaña Verde, FundaCarora, escribimos cientos de cuartillas en artículos y documentos, dictamos talleres para orientar recursos humanos, etc.

De los logros de Fudeco, Barquisimeto y el resto de la Región Centro Occidental lograron mucho, pero Torres muy poco. Mientras q1ue la metrópoli regional lograba la UCLA, Politécnico, Pedagógico, Mercado Mayorista, entre muchas otras cosas, al Municipio Torres solo llegaron los mendrugos, en muy poca proporción. Si no hubiera sido por las iniciativas de algunos esclarecidos torrenses -como Juan José Álvarez, entre otros- no se hubiera logrado el desarrollo de la Raza Carora, la construcción de los Embalses de El Ermitaño, Quediches y Atarigua -hoy por debajo de sus capacidades- a pesar de y no gracias al apoyo de las autoridades regionales.

Torres se ha venido quedando atrás, lo cual es atribuible a múltiples y diversas causas, entre las que destacan, por una parte, aunque de manera principal, la idiosincrasia de la mayoría de los caroreños -obsérvese que no digo torrenses- caracterizado por una enorme dificultad para oponerse de acuerdo entre sí en torno a ningún hecho y a «oponerse» a ultranza a cualquier iniciativa que no se la propia.

edifervel @gmail.com

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