«¿Qué motivación humana subyace a los logros humanos? La codicia. (Walter Williams)
La codicia es la raíz de todos los males; es la causa por la que los hombres pierden toda capacidad de raciocinio y bondad. No reparan en obscenidades, violaciones, injusticias, truculencias, inmoralidades, ni maleficios a los que tengan que acudir por lograr satisfacer sus apetencias.
Cuando la dictadura llega al poder en vez de servir al Estado lo destruye desviando todos los beneficios que este genera, hacia las arcas del grupo mandante y sus compinches. Los privilegios, la codicia y enriquecimiento de los allegados a este tipo de gobierno, sobrepasa todos los límites. Alrededor del mandante se multiplican los limosneros, aparecen los chulos, comejenes y parásitos que disponen sin ningún escrúpulo de los bienes pertenecientes a la nación. Son quienes sumergen los pueblos en la miseria, ahogan sus derechos civiles, violan sus derechos humanos; es plaga que va arrasando todo a su paso. Actúan con impunidad, apoyados por la vista gorda de las potencias «defensoras de los derechos humanos», países desarrollados a los que mueve solo el interés que tienen por las riquezas del suelo ajeno, no por el bien de las libertades y derechos humanos.
La historia de la pasión aniquiladora de los déspotas es el espectáculo del hombre a quien ciega el poder para poder devorarlo mejor. La entrega a esta pasión destruye progresivamente una a una las fibras sensibles de quien siendo hijo de una madre, termina convirtiéndose en un ser despreciable, totalmente deshumanizado.
El paradigma de este teorema lo establece Shakespeare en su obra Macbeth; la historia del hombre que lo va perdiendo todo hasta su misma humanidad por hacerse el más poderoso. El Otoño del Patriarca de García Márquez no es otra cosa que la historia del hombre cuyos aniquiladores efectos hacia su pueblo llevan a la estrepitosa caída del dictador Pérez Jiménez. Pagó el desorden humano que impuso su codicia.
Dictadores de la talla de J.V. Gómez los ha llevado a desaparecer de la escena política a todo el que se asome para hacerle la competencia. Este gobernante se convirtió en el más grande latifundista de la historia. Invadió la propiedad de otros apoderándose de centenares de miles de hectáreas. Me viene a la memoria aquella época tan parecida a lo que vemos hoy en la querida Venezuela, de hectáreas invadidas, expropiadas, destruidas, ociosas, áridas, abandonadas e improductivas.
Cuando los pueblos se sienten huérfanos, salen de sus escondrijos «los socialistas» que tienen la capacidad de incendiar el odio de los pobres contra los ricos. Son los que acaban con la propiedad privada para dársela a otros, no como su propiedad, sino como una propiedad temporal. Los pueblos que agachan la cabeza ante estos lobos disfrazados de bondad, se lapidan ellos mismos, se ahorcan cuando prefieren ser esclavos por una limosna de vez en cuando, que exigir su derecho a una fuente de trabajo digna y permanente.
La Guinea Ecuatorial de África vive aterrorizada por la espantosa dictadura de Teodoro Obiang N. que suma ya 29 años en el poder, considerado uno de los hombres más ricos del mundo, es quien ha hundido a su propio pueblo en la más absoluta miseria. Esta dictadura es peor que la de Idi Amín Dadá.
La ambición de un dictador es tan grande como lo vemos en el ejemplo del doctor Francia en el Paraguay (educado para ser sacerdote) quien siendo nombrado en la emergencia que tenía el país, para gobernar por un periodo de tres años, una vez posesionado trasforma hábilmente su cargo en permanente y vitalicio, se enquista como «Supremo» en el poder, nada lo detiene en su codicia, se trasmuta en el poder absoluto. Fue implacable con sus oponentes a quienes persiguió, torturó, destruyó, confiscó sus bienes y desterró a sus familiares. Centró en su persona todos los poderes.
Hay un camino en esta Venezuela, en donde reverdece hermosamente la esperanza en los corazones afligidos…
