¿MISIÓN A TODA VIDA… O A CUALQUIER PRECIO?

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Se pregunta bien Alberto Arteaga, uno de nuestros más ponderados juristas, ¿cómo puede creerse en la nueva misión – como las anteriores de estirpe cubana – llamada ahora Gran Misión a Toda Vida, creada por el enfermo de La Habana para resolver el drama de nuestra inseguridad y violencia? ¡Y es que, en efecto, la promesa llega de manos del padre de la violencia, durante cuyo gobierno los homicidios saltan desde 4.500 hasta 19.000 como promedio anual y en el curso de una década y un lustro; todo ello luego de una serie sucesiva de planes oficiales de mitigación fracasados!

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Obviamente, como lo pone sobre el tapete Arteaga de manera directa y sin estridencias, la propuesta nace en un período electoral e intenta responder a la destrucción que ocurre de todo el aparato de justicia penal por el mismo gobierno y para disponerlo al servicio de sus despropósitos revolucionarios. El “rojo rojito” asumido por los jueces y fiscales, y por la policía como único mérito para sostenerse en sus cargos, ya pinta de rojo intenso a todas las calles de la patria y enluta a una mayoría de las familias venezolanas. Todas a una hemos sido víctimas de algún hecho delictivo.

Pero el asunto desdoroso, más grave que la propia muerte pues implica la amoral explotación de la muerte, es el intento de tasar el dolor de cada víctima o de cada viuda, o de cada hermano, o de cada hijo, afectados por la mano tenebrosa de los cuerpos armados, policiales y parapoliciales, uniformados o irregulares del régimen, quienes conviven bajo un mismo padrinazgo y en procura de una empresa de destrucción humana sin precedentes en el país. ¡Son 19.000 los homicidios que ocurren cada año    como cabe repetirlo, en su mayoría derivados de la acción y deliberadas omisiones de un Estado que se hace narco-estado y cuyos titulares se ufanan del alineamiento solidario e incondicional que tienen  dentro del mismo Estado mafioso en el que deriva hoy la antigua República de Venezuela.

Las misiones, en efecto, son nóminas de asalariados. Son listas o roles donde cada individuo, hombre o mujer, anegado por la desesperación y la desesperanza, vende su dignidad al precio que le ponga el Comandante Presidente o sus áulicos; todo en nombre del socialismo, pero todo en uso y abuso de un recurso de ese capitalismo salvaje que carcome como hábito de vida al aparato del Estado, como expoliador de nuestra riqueza petrolera. ¡Todo tiene un precio, hasta la vida!  

De modo que, a buen seguro que las oficinas del partido oficial y sus ministerios del horror se aprestan para atender las filas de los humildes quienes esperan que la Gran Misión les otorgue como gracia aquello a lo que tienen derecho natural y no solo constitucional, a que se les repare lo reparable dentro del dolor y dado que la vida humana no tiene precio, por valer todo, amén de ser irreparable cuando se la pierde. Y así, de la única manera en que los militares al servicio del gendarme entienden su oficio, éstos elaborarán listas como en la recluta y les pedirán a cambio, a los inscritos, lealtad a quien no la tiene para con ellos.

La muerte, en suma, y la compra del silencio por quien la causa o provoca, es la regla y fundamento de la Gran Misión anunciada. Y no podía ser de otra manera. El padre de la criatura se caza y asocia desde los inicios de su mandato con una empresa de crimen cuya única y verdadera guía es la regla mencionada. Tras la instalación en nuestros predios de la narco-guerrilla colombiana, las consecuencias son de suyo predecibles. El involucramiento dentro de ese gran negocio de la muerte por quienes están llamados a conjurarlo y perseguirlo, nuestros cuerpos de seguridad, los jueces y los fiscales, no es obra del azar. De modo que, no se trata sólo de un problema de fachada,  como la que muestra nuestro Supremo Tribunal al presentarle al país su coro de jueces: ¡Uhh Ahh, Chávez no se va!!!

El tiempo de las tinieblas, no obstante, que también marca a cada vida humana en algún momento y a su tiempo, pues somos los humanos seres carentes y perfectibles, fatalmente le abre paso al amanecer. Y en nuestro caso – que mal oculta la fingida y citada misión de última hora, que en su nombre confunde la luz con la oscuridad – los primeros signos de que el alba se aproxima son las confesiones recientes de los jueces Aponte y Alvaray, grabadas como sello de fuego en la conciencia nacional.

Los casos emblemáticos que hacen caer el telón de la escena trágica vivida por los venezolanos durante los últimos 14 años y padecen en sus carnes, vuelven uno tras otro. Los actores verán caer sus máscaras. La masacre de Miraflores o el asesinato de Danilo Anderson, las muertes y las condenas a que dan lugar, las compras de testigos que motivan y se cocinan – aquéllas y éstas – en el instante de sus ejecuciones sobre la mesa de quienes hoy le ofrecen al país la Misión a Toda Vida Venezuela, van a quedar resueltos en su truculencia cuando las luces del teatro sean encendidas. La obra macabra habrá llegado su fin.

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