Estas negras sobre blanco están plasmadas como consecuencia de una profunda preocupación, al mismo tiempo un temor a no ser correctamente interpretado. Observamos intranquilos aquellos venezolanos que se oponen a Chávez, pero asumen una conducta similar a la de aquellos que repudian, a ver sí logramos explicarnos: Capriles ciertamente es la única opción que compite contra el Presidente de la República, se entiende que los opositores refugien en él esperanzas de cambio, de profundas transformaciones que haga girar dramáticamente la Venezuela de hoy, pero lo que nos angustia es el culto mesiánico que se está construyendo a la figura de éste candidato, donde prácticamente todo lo que propone es bueno porque tiene que serlo.
¡Grave! Sí hay algo que ha hecho dramático daño a nuestro país es el maldito culto al personalismo, a la deificación de los gobernantes, donde sus errores llegan a ser exculpados. Si le quitamos la denominada carga mediática, si a ambos les dejamos sin la avasallante propaganda que los magnifica, Chávez y Capriles son tan humanos como el venezolano más humilde, más sencillo y como humanos se enferman, se equivocan, poseen virtudes y defectos. Un gobernante se debe al pueblo que lo escogió, es la regla que precede a una mejor calidad de vida, pero cuando es el pueblo quien se debe a los gobernantes, cuando los glorifican, es la preexistencia de una sociedad de élites, donde solamente un pequeño sector allegado al poder disfruta las mieles de la abundancia, otro sector recibe dádivas, otro se las arregla como puede, sencillamente el culto a los gobernantes es un cáncer en la cultura política de un país ¡al grano! de Venezuela. Venezuela es un país insólito, con riquezas generalizadas en extrema abundancia, pero aún así decide vivir como un típico país del tercer mundo y asombrosamente continúa alabando a sus gobernantes, los idolatra, los exime de responsabilidades, cuando ellos son parte determinante en lo que ocurre, pero ciertamente el principal responsable es el pueblo mismo ¡si el pueblo! por aceptar gestiones mediocres, por no exigir sean resueltos sus principales problemáticas, por aceptar vivir con calles llenas de huecos, espantosos niveles de inseguridad, de inflación, con servicios públicos colapsados. Así pues, tenemos gobernantes que incumplen sus promesas, que despilfarran presupuestos empeorando la calidad de vida de sus electores y un pueblo permisivo, conformista. El problema no es político, ni económico ¡es de mentalidad!