La «pole position» de Pastor Maldonado

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La política ha estado siempre detrás de los deportistas, sus glorias, y la fascinación que ejercen sobre las masas. Eso ha ocurrido desde la antigüedad hasta nuestros días. Y también esa tendencia ha arropado a los artistas, por la misma razón.

De manera que cuanto acaba de ocurrir con Pastor Maldonado no es nada nuevo. Basta echar un leve vistazo a la historia para ver reflejado su caso en diversas etapas del pasado. Porque desde que el deporte existe, quienes detentan el poder han sucumbido a la tentación de valerse del prestigio y veneración de los deportistas como elemento de propaganda para sus causas. Unas veces para levantar la moral de sus pueblos, y unirlos, y otras, para ocultar las más atroces aberraciones, y desgarrarlos.

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¿Por qué el primer y fulminante triunfo de un venezolano en la categoría reina del automovilismo mundial, la fórmula 1, ha ahondado, aún más, nuestras diferencias? ¿Por qué buena parte del país no se siente representado en la bandera tricolor que hondeó el piloto maracayero tras coronar su histórica hazaña, con el primer lugar en el Gran Premio de España? ¿Por qué mientras unos saltaron de alegría al verlo abatir a sus rivales en el exigente circuito de Montmeló, otros, como Yon Goicoechea, recriminan la «imbecilidad colectiva» de los pocos líderes de la oposición que se atrevieron a festejar?

El hecho de que el deporte proporcione prestigio político y sirva para desviar la atención de las muchedumbres, fue advertido incluso mucho antes de los romanos, con su «pan y circo». No es un acontecimiento casual que, aun cuando en las penumbras de la prehistoria la competencia deportiva apenas servía para elegir jefes tribales, ya a partir del mundo clásico los gobiernos procuran controlar la actividad deportiva. Nada ingenuo ni idealista hay, pues, en los circos, hipódromos y anfiteatros que comienzan a ser erigidos en fecha tan remota como la de 3.000 años atrás.

Lo medular del asunto reside en para qué se sirve la política del deporte. Qué tipo de propaganda difunde el atleta, o el artista, a sabiendas o no, con sus palmas y laureles. Los griegos, por ejemplo, tuvieron la idea de reforzar el panhelenismo a través del deporte, y extraer fuerza moral suficiente a los fines de enfrentar como un solo hombre la fiereza bélica de los persas. Fue precisamente la victoria alcanzada en la batalla de Maratón, la inspiradora de la carrera de fondo de los 42 kilómetros, puesto que ese es el recorrido que hiciera el soldado Filípides, hasta llegar a Atenas para anunciar la proeza bélica, y desfallecer, por cierto, al arribar a su meta.

Revisar, en efecto, las diferentes versiones de los Juegos Olímpicos y los Mundiales de Fútbol, es verificar la forma cómo la ideología imperante en el país anfitrión, así como los conflictos mundiales, las han teñido no sólo de doctrina. De himnos y sueños de grandeza, pero también de opresión, de alienación y de sangre. Las conflagraciones, las luchas raciales, el terrorismo, la Guerra Fría, la diplomacia del ping-pong entre China y USA, la democracia, el fascismo, el comunismo, toda esta abigarrada muestra del esplendor y de las miserias humanas en su relación social, y política, ha quedado tatuada allí, donde sólo debería estar a prueba la capacidad física y espiritual del hombre por acercarse a la perfección, a la excelsitud.

Atrás había quedado la dulce quimera del Barón Pierre de Coubertin, al proclamar que Olimpia y las olimpiadas eran «símbolos de una civilización entera», en aras de solidificar las bases del entendimiento internacional. En el Mundial de Futbol de Italia, en 1934, los carteles mostraban a un Hércules que hacía el saludo fascista (la mano derecha en alto), con un balón en los pies. Benito Mussolini presente en todos los partidos, arrellanado en su palco de honor. Las tribunas colmadas de camisas negras tenían su propia competencia por ver quién vitoreaba más seguido al dictador. Italia ganó, y la imagen de sus jugadores celebrando al estilo del fascismo quedó para la posteridad, como muestra de una ignominia que el mundo debía repudiar por siempre.

Pero no, dos años después la infamia se repitió en Berlín. Era la ocasión aguardada por Hitler para exhibir el poderío de la nueva Alemania y su raza superior, la aria. Por esos días, sólo por esos días, el Führer tuvo la delicadeza de apagar todo signo de cacería a los judíos. Y cada uno de los atletas ganadores obtuvo su medalla con la cruz esvástica, símbolo del nazismo, encima de los cinco anillos distintivos de la justa deportiva.

En 1938 el Mundial se jugó en Francia. Esta vez Mussolini arengó: «Debemos ser campeones para demostrar al mundo lo que es el ideal fascista del deporte».

Cuentan las crónicas que el capitán de la oncena italiana, Giuseppe Mazza, recibió un día antes de iniciarse el fragor de las competencias un tajante telegrama del Duce que decía: «Venced o morid». Afortunadamente para el capitán, Italia pudo superar a Hungría 4-2, y coronarse campeón.

Después le correspondió lo propio al franquismo. Aunque, una de las experiencias más trágicas se vivió durante la II Guerra Mundial, en el llamado «partido de la muerte». En 1942, Alemania tenía bajo ocupación a Ucrania, y un grupo de ex futbolistas de este país de la Europa oriental decidió fundar un equipo, nacido en una panadería. Era el Start, que, al cobrar fama, fue desafiado, para su desgracia, por soldados alemanes.

Los ucranianos vencieron 7-2 a los arrogantes teutones, por lo que desde Berlín fue enviado otro conjunto con la misión de aplastarlos. Lo conformaban efectivos de la fuerza aérea. Esta vez Start, pese a vérselas con un árbitro parcializado, aventajó a los nazis 5-1. Ante una incontenible expectación fueron obligados a encarar otro partido, la revancha, jugada en un estadio a reventar. El árbitro, para mayor descaro, era un oficial de la SS. No obstante, al ir al descanso, los ucranianos ganaban 2-1. Entonces, en el vestuario recibieron un mensaje de manos de militares pertenecientes al país invasor: «Si ganan, mueren». Salieron decididos al segundo tiempo, y ganaron. Y, es más, se permitieron humillar a su antojo a los oponentes. El marcador era de 5-3 a su favor, cuando todos vieron, atónitos, cómo el delantero de Ucrania, a punto de marcar otro gol, en señal de abierta superioridad y orgullo nacional, volteaba para devolver el balón al centro del campo. Podían darse ese descomunal lujo. El estadio, frenético, se vino abajo. Ese inmenso gesto de valor, asociado a la libertad, fue pagado con las vidas del Start. Sus jugadores fueron perseguidos, torturados y fusilados.

No obstante, ha habido hombres grandes que han utilizado el deporte con fines nobles. Es el caso emblemático de Nelson Mandela, primer presidente de Sudáfrica elegido democráticamente. Libre, tras 27 años entre rejas por combatir el apartheid (segregación racial), Madiba abrazó las banderas de la unión y la reconciliación, y encontró en el rugby, herencia deportiva de la Inglaterra imperial, una herramienta para fomentar la igualdad de una nación partida en dos pedazos irreconciliables, más allá, incluso, de la virulenta incomprensión de su propia etnia: 25 millones de negros eran sometidos por cuatro millones de blancos. Su lema: «Un equipo, una nación».

¿Podía esperar, acaso, un Gobierno en su sano juicio, que la victoria de Pastor Maldonado en Montmeló obrara el milagro de unificar a los venezolanos, y hacer sentir su triunfo como un triunfo de todos? El mérito deportivo del piloto de 27 años es innegable. Es el primer venezolano que logra tal hazaña, ajena a otro latinoamericano desde hace ocho años, con el colombiano Juan Pablo Montoya al volante. Es una verdadera lástima que al levantar su trofeo no se haya escuchado ovación alguna en su patria. Más bien se dejó oír un ruidoso y espeso silencio. El silencio de la inconformidad. La ocultación de la vergüenza, del miedo. No es su culpa.

El amo del poder se encargó de convertirlo en bandera de su «proceso». En bastardo signo de su opulencia petrolera, en medio de un pueblo desconcertado, lanzado a la calle, sin amparo ni certeza de cuándo, ni cómo, le tocará el garrote. Sometido al peor de los castigos: la incertidumbre. Un pueblo, al final de la tarde, hambriento de pan y de justicia.

No era, pues, Maldonado, un héroe nacional, sino un emblema oficialista más. Otro camisa negra, o roja. Otro vocero del «ideal» socialista del deporte. En enero del año pasado, en el paseo Los Próceres, lo puso a hacer piruetas en su bólido, en un evento denominado «Venezuela a toda Revolución». Cuando lo llamó para felicitarlo, habló de «nuestro Maldonado» y, por si quedaba alguna duda de lo que él quería decir con eso, remató así su mensaje: «Felicitaciones a ti y a todo tu combativo equipo. ¡Venceremos!» Es la deshonesta celebración de un Gobierno que prohíbe la cerveza en los juegos de futbol, sólo para castigar a la Polar. La celebración de quien condena los deportes «elitescos» y «burgueses», cierra seis campos de golf, y luego no tiene empacho alguno en hacer suyo el triunfo del novato Jhonattan Vegas en el Clásico Bop Hope de California. Para más ironía, un muchacho humilde, hijo de un trabajador petrolero, que logra sobresalir en ese «deporte de ricachones».

El país vio llegar a la meta a un Maldonado en un miniplaza con el nombre de Venezuela sobre un fondo rojo y las siglas de una Pdvsa endeudada, que desembolsa 66 millones de dólares no para hacer deporte sino para hacerse propaganda. Es la versión actualizada de aquel Hércules del Mundial de Futbol Italia 1934, que los carteles mostraban haciendo el saludo fascista (la mano derecha en alto), con un balón en los pies. Pero no era culpa de Hércules. Tampoco es tu culpa, Pastor.

Repiques

El libro Fidel, el deporte y la educación física, editado en 1962, recoge un discurso de Fidel Castro, el cual duró 7 horas, durante la creación de los Consejos Voluntarios Deportivos: «No más deporte profesional, no más béisbol rentado, no más esa lacra mercantilista…»

Leído en Twitter:

@iFrasesGeniales: «Ser sicólogo de tus amigos, y no saber qué hacer con tu vida»

@LuisVianaR: «Como Farmapatria está adscrita al Min Alimentación, una amiga pregunta: ¿Y los récipes los dará Mercal, Pdval o el Bicentenario?»

@NDtitulares: Alberto Franceschi: «Capriles, déjese ayudar»

@carlosvecchio: «La ministra trasladó el problema de La Planta a otras cárceles»

Si Nicolás Maduro acaba siendo el «sucesor», la elección del 7-0 sería entre un ex chofer del Metro de Caracas y el hombre del autobús del progreso. Todo marcha sobre ruedas.

«Un país donde se anteponga la igualdad a la libertad, terminará sin ninguna de las dos»

Milton Friedman

Daniel Asuaje G., el experto en marketing político a quien citamos en nuestra anterior Campana, nos envió este mensaje: «Gracias por su gentileza de incluir nuestro análisis en su prestigiosa columna. Nos sentimos honrados y comprometidos con esa distinción. Trato, en la medida de mis posibilidades en no incurrir en el club del ‘bombo mutuo’, por eso tan sólo diré que soy asiduo lector suyo».

Asuaje nos envió un nuevo análisis, que incluye esta anotación: «Queremos llamar la atención sobre el alarde tecnológico que hace el CNE en su más reciente publicidad. El énfasis puesto en el reconocimiento de la huella del votante como condición necesaria para desbloquear la máquina de votación, moverá, sin duda, al miedo a muchos votantes. El Rector Vicente Díaz coincide con esta apreciación. La oposición debe hacer un esfuerzo comunicacional compensatorio».

Al intervenir en esta ciudad en un foro de VenAmCham sobre la Ley del Trabajo, el dirigente sindical Froilán Barrios hizo reír a los asistentes cuando dijo que las siglas Lottt significan: Ley Orgánica del Trabajo Transmitida por Twitter».

«El amor es como Don Quijote: cuando recobra el juicio es para morir»

Jacinto Benavente

Es preciso que la unidad en la oposición no sólo exista o se presuma. También debe sentirse.

«El encanto de las rosas es que, siendo tan hermosas, nunca saben que lo son» Anónimo

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