Los Rostros de la Violencia (Especial): A Félix le arrebataron su vida sin motivos ni razón

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Félix Eduardo López Rodríguez, nativo de Barquisimeto,  se mudó a  Calabozo, estado Guárico, donde comenzó una nueva vida junto a su esposa y formó una familia con cuatro hijos.

Se desempeñaba como comerciante de electrodomésticos y enseres para el hogar que llevaba de Punto Fijo, estado Falcón.

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Su vida era tranquila, siempre concentrado en su negocio y la familia. De vez en cuando venía a Barquisimeto para visitar a sus allegados y traer ayudas.

Al enterarse del secuestro de su madre, Félix Eduardo López Rodríguez, de 24 años de edad, no lo pensó dos veces y se dispuso a regresar a su tierra para ayudar a encontrarla, sin embargo nunca llegó a la casa de su padre en el 23 de Enero.

El 9 de agosto de 2009, el cuerpo sin vida del joven trabajador fue encontrado en San Felipe, en un matorral en donde fue abandonado luego de ser asesinado por personas desconocidas que hasta la fecha no han recibido el peso de la justicia.

Félix siempre fue un muchacho trabajador, atento y estudioso, a pesar de haberse graduado sólo de bachillerato, nunca tuvo como opción ir por mal camino.

Estaba siempre rodeado de su familia y amigos de la comunidad. En el 23 de Enero, donde creció junto a su padre Félix López y su abuela María Salas, lo recuerdan como un buen niño, siempre jugando en la cancha y aficionado a los deportes.

El 13 de mayo cumpliría 27 años de edad, pero su vida se interrumpió abruptamente.

“Desde pequeño fue un buen estudiante, muy inteligente y buen hijo. Muchos en el barrio todavía lo quieren y lo recuerdan de buena manera. Era muy atento, nunca le conocimos una grosería. Era un hijo perfecto y me siento muy digno de haber tenido a un hijo como él”, relató su padre con lágrimas en los ojos al recordar a Félix.

“Todo el mundo lo quería mucho, ahora todos preguntan por su caso y esperan que se encuentre a los responsables de su muerte. Estamos esperando la justicia divina, porque aunque la justicia terrenal tarde en llegar, hay un Dios allá arriba que todo lo ve”.

Un buen muchacho

Sus más allegados, recuerdan a Félix como un joven de bien, alejado de los malos pasos. Nunca tuvo problemas con nadie, su crimen terminó por enlutar a una humilde familia.

Su abuela, María Salas, cuenta como la ayudaba siempre, le compraba sus medicinas y hasta una silla de ruedas le llevó para que se movilizara mejor en sus quehaceres cotidianos. Era tranquilo y obediente, no recuerda ni una sola travesura que haya cometido su nieto adorado mientras estuvo en su casa.

Su padre recuerda cómo le gustaba el básquet, práctica que él mismo le inculcó desde pequeño, participando en campeonatos y competencias de la comunidad.

Hoy reposan en la sala de su casa los dos trofeos: el de Félix padre y Félix hijo, un recuerdo que jamás se borrará.

Su tío, Alexander López, relató que pudo compartir con Félix desde muy pequeño. “Era muy buen muchacho y sobrino, le gustaba estar jugando todo el día, ayudaba mucho en la casa y con mi mamá era muy atento”.

“Era la alegría de la casa, siempre muy considerado y trabajador. Nunca se vio en malos pasos como otros muchachos del barrio. Nunca nos enteramos de algún problema con él”.

Por su parte, José Gregorio Rodríguez, también uno de sus tíos, contó lo divertido que era Félix, le encantaba el deporte y siempre estaba acompañado por sus amigos de la comunidad. “Hay trofeos de básquet y futbolito, a él le gustaba hacer cualquier deporte. Nunca lo vimos en cosas raras y malas juntas. Nunca fue un azote de barrio. Se la llevaba bien con los vecinos y era muy colaborador”.

La mayoría de sus fotografías se perdieron con el tiempo, sólo una foto carné, que ahora es tesoro para la familia, se conserva en su hogar además de una vieja fotografía de su graduación de primaria que cuelga de una de las paredes de la sala de su abuela.

“Nosotros hemos vivido un calvario, nunca pensamos que esto nos pasaría. Es algo muy fuerte, su mamá está muy enferma y afectada por la muerte de Félix. Esa alcabala fue instalada únicamente para matar a mi hijo”, expresó su padre.

Historia inconclusa

El 2 de agosto de 2009,  Luisa Rodríguez Lucena fue reportada como desaparecida por sus familiares quienes relataron que luego de haberla dejado en la Clínica Razetti, para que se realizara unos exámenes médicos, no volvieron a verla. Desde ese sitio fue secuestrada.

Cuatro días pasó en cautiverio, sin tener rastros de su paradero, fue entonces cuando la familia decidió darle la noticia a su hijo Félix Eduardo, quien condujo desde Calabozo rumbo a Barquisimeto para ayudar a encontrar a su madre.

En una improvisada alcabala en la autopista, fue interceptado por supuestos funcionarios policiales, quienes lo sacaron de su automóvil y se lo llevaron en una camioneta.

Ocho días después, el cuerpo del joven fue localizado en un terreno baldío en San Felipe. Su carro y pertenencias desaparecieron, así como los autores del hecho. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio metropolitano de Yaracuy.

“A mi hijo lo querían secuestrar y hacerle daño, pero no sabemos por qué. Somos una familia humilde, no tenemos dinero, lo que hemos logrado ha sido con trabajo y esfuerzo. Lo único que queremos es que se haga justicia pues hasta ahora sólo tenemos fe en la Justicia Divina”.

Actualmente el caso lo maneja el fiscal 21 de Derechos Humanos, Rafael Ramones, quien ha prestado toda su colaboración para que se esclarezca el hecho. Su padre asegura que llegarán hasta las últimas consecuencias y hasta que Dios permita para obtener justicia por el crimen de Félix.

“Le pedimos a la Dra. Yanina Karabín que actúen, no sólo por éste sino por todos los casos impunes que hay en el estado. Contamos con los organismos de justicia”.

Hizo un llamado a todos los comités de víctimas para que trabajen unidos para exigir justicia por sus seres queridos.

Fotos: Simón Alberto Orellana

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