Su estilo narrativo mezcla con gran habilidad el humor y la ironía, y arropa en su contexto una acerba crítica a la sociedad inglesa de su época y al despiadado industrialismo que asfixiaba las clases trabajadores de Inglaterra.
Elogiado por escritores como Chesterton por el gran dominio de la lengua inglesa en su obra, y criticado su estilo por Virginia Wolf, al considerarlo de un «sentimentalismo efusivo», su novelística dejó para la posteridad de las letras y de sus lectores obras ejemplares como David Copperfield, Historia de dos ciudades, o La Tienda de Antiguedades.
Pero su grandeza como narrador la obtuvo al imponer su estilo folletinesco, es decir, la entrega por partes de sus novelas, lo cual le permitió mantener en vilo a sus lectores, quienes esperaban ansiosos, el próximo capítulo para continuar la saga de sus narraciones suspendidas -ex profeso- en la parte más tensa o emotiva.
Se cuenta que en el Puerto de Nueva York la gente se agolpaba a la espera del barco a punto de atracar, en su viaje desde Inglaterra, y que traía la continuación, en cuadernos especiales de los periódicos londinenses (folletos), los capítulos siguientes de alguna de sus obras en boga.
Este estilo de entrega por partes como medio de mantener el interés del lector cifrado en un continuo suspenso, fue luego imitado por otros, y con el arribo, en un principio de la radio, y luego del cine y la televisión, captó y aún lo hace, multitud de seguidores.
Precisamente, las radionovelas cubanas, fueron de las pioneras. Al respecto, algunos barquisimetanos recordarán aún el suspenso que despertó en quienes éramos infantes para esa época, Tamakun, el Vengador errante, y en muchos hogares aquella famosa de Félix B. Caignet, El Derecho de Nacer y la angustia sembrada en los seguidores de la trama, a la espera de que Don Rafael, uno de los protagonistas de la novela, postrado debido a un accidente de tránsito y sin poder articular palabras, pudiera revelar que Albertico Limonta y María Cristina, prontos a contraer nupcias, eran hermanos.
Y qué decir de los matinée del Rialto con la serie de Los Aguiluchos o las películas de Tarzán, que las proyectaban en cortas entregas para comprometer así nuestra asistencia el domingo siguiente. Sabido es también que nuestras telenovelas han copado seguidores urbi et orbi, y marcan pauta en este género.
Hoy, ese estilo -mutatis mutandi- como decimos los abogados, perdura quizás con mayor vehemencia y con más seguidores, pero sin la técnica del folletín y sin una continuidad vinculante; en la novelística de autores, como la inglesa Joanne Rowling, con la saga de Harry Potter; la estadounidense Stephenie Meyer, con la de Crepúsculo (Twilight), y más reciente aún, la saga de del sueco Stierg Larsson, Millenium.
Pero en mengua de nuestro gentilicio, ninguna serie, saga, flolletín, novela por entregas, o llámesele como se quiera; había creado en esta nuestra tierra, tantas expectativas entre tirios y troyanos, como la del presunto cáncer del paciente cubano. En tal sentido, los venezolanos desconocemos el estado de salud, la gravedad de la dolencia, el estado de su cambiante imagen que hoy, mañana o pasado habremos de ver en TV, en la próxima visita a este país, de ese odiado y amado protagonista de la saga oncológica, El Cáncer del Presidente.
Como es propio de las novelas -narración ficticia que puede ser verdad- los venezolanos a quienes nos duele la patria y nos inquieta su porvenir, esperamos ansiosa y preocupadamente, el próximo capítulo de esa saga, cuyo autor desconocido, bien pudiera serlo el gran hacedor del mundo -caso de no ser ficción- o bien, el tirano antillano y hasta sospechosamente posible, el propio actor principal.
Mientras tanto uno se pregunta, ¿cual será el desenlace de esta saga? ¿Sobrevivirá el protagonista? ¿Qué de truculencias nos esperarán antes del octubre próximo?
Estas preguntas sólo nos las puede responder, el escribidor del libro del destino de los hombres. Para la fecha de estas anotaciones, la última entrega fue un supuesto juego de bolas, y son éstas casualmente, las que ruedan entre run runes y angustias, en la cancha política patria.
Charles Dickens y el cáncer de Hugo (¿Novela por entregas?)
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