Al Dr. Juan Bautista Vilera del Corral, dedico
Querámoslo o no, reconozcámoslo o no, la incertidumbre sobre el verdadero estado de salud del presidente Hugo Chávez, es un impedimento insalvable a la hora de trazar cualquier escenario sobre la vida del país, en el futuro inmediato.
Se trata del Presidente. Se trata de un manipulador formidable, capaz de alargar indefinidamente una esperanza que no tiene la más mínima intención de hacer realidad, y de achacarles con admirable desfachatez sus enormes descalabros a otros, a sus enemigos, o, igual da, a sus colaboradores, eunucos ebrios de privilegios, seres traslúcidos, ausentes siempre cuando están en su presencia, vacíos de personalidad, prestos a ser rotados, como los engaños y tinglados del supremo protector, hasta ser desechados, o reinventados, o reciclados, en un ilusorio carrusel sin fin. Pero, y este pero es fundamental si se pretende conservar algo de credibilidad, más allá del balance que pueda hacerse de la obra de Gobierno, su influencia sigue siendo importante. Podría explicarlo la tesis de que es un astuto maestro y esclavo en las artes de la simulación. Un ilusionista diestro en empujar a Venezuela al borde de un abismo que sólo él podrá evitar. Un comunicador de dobleces. Un cuentista que nunca se sabe cuándo narra una realidad, ni cuándo la inventa. Un fabulador dotado de un patético hipnotismo. Incluso los sondeos de las encuestadoras menos sospechosas de ser afectas al oficialismo, ubican su fuerza electoral, es decir, a su feligresía revolucionaria, en una proporción apreciable. Desconocerlo sería, por cierto, la forma más ingenua y contraproducente de encararlo, junto a todo su historial de ventajismo. Y de carencia absoluta de escrúpulos.
De ahí la ansiedad por descifrar, al fin, esta insondable incógnita. He escuchado con atención a médicos de vasta experiencia convencerme de que el hombre está mal, acabado, con argumentos científicos tan irrevocables como el de otros especialistas que, igual de ilustres, pasan a persuadirme enseguida de lo contrario. Es un demencial cruce de versiones. En uno de los pasillos del centro comercial Las Trinitarias me jaló por la manga de la camisa un ex policía para prevenirme: «No tiene nada, se acordará de mí». Unos pasos más allá, una señora me sermoneó a gritos, como en trance: «Está en las últimas. ¿Qué me dice de esa hinchazón?» Justo ahora cae en mis manos una áspera carta de Nancy Iriarte, ex esposa de Chávez. Está fechada el 9 de agosto de 2011: «No quiero que te marches de esta vida sin antes despedirnos, porque has hecho un mal inmenso a mucha gente, has arruinado a familias enteras, has obligado a legiones de compatriotas a emigrar a otras tierras, has vestido de luto a incontables hogares, a los que creías tus enemigos los perseguiste sin cuartel, los encerraste en ergástulas que no lo merece ni un animal, los insultaste, los humillaste, te burlaste de ellos, no sólo porque te creías poderoso, sino inmortal… porque el fin de los tiempos no era contigo». Otro argumento se endereza en este espectral enredo de rencores contenidos, fanatismos, miedos, supersticiones y muestras de fe: Él dijo que desde los más profundo de sus vísceras maldecía a Israel, y eso lo condena el libro de Génesis 12:2-3. Está escrito que Dios dijo al pueblo judío: «Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendicen, y a los que te maldicen maldeciré». Muchos, abrumados por las evidencias en contrario, han jurado no aventurarse a creer nada. Y hay quienes cuentan, incapaces de contener la risa, que militares y políticos del entorno más cercano a la cúpula del poder, cuando los llaman por teléfono, sobre todo en horas de la noche, responden convulsos, sobresaltados: «¡Dime!, ¿qué pasó?, ah, ¿qué supiste?»
Cualquier plan que se esboce, en consecuencia, del lado del oficialismo, que, como los rusos, también juega, o del bando opositor, está condenado a pasearse por alguna de estas tres probabilidades: Que el Presidente esté gravemente enfermo, con una expectativa de vida de meses apenas; que esté aquejado pero no tanto como se especula; y una tercera alternativa, grotesca pero también factible en mundo tan bizarro: que toda esta intrigante novela por entregas forme parte de un teatro montado por Fidel Castro, experto en eso de desaparecer de la escena y de los reflectores por un tiempo, en medio de sordos rumores que avientan de tanto en tanto a las calles de Miami a jubilosos anticastristas que más de una vez han quedado con los crespos hechos, frío el congrí y agrio el guenguel, al ver cómo el odiado caballo resucita, para ratificar ante todos su mortal inmortalidad.
Dentro de este proceloso mar de presunciones, un amigo muy apreciado me reenvió esta semana, a medianoche, como era de esperarse, un texto con el ruego de que lo revisara, porque él, hombre agudo e informado, se encuentra, según confesaba, «metido en una especie de onda de incredulidad, respecto al misterio de la presunta enfermedad del maligno».
Era un artículo de Hermann Alvino, titulado El fugitivo, escrito que, contagiado por la urgencia del remitente, leí de inmediato, de un ardoroso tirón. Alvino alude allí al caso de una célebre serie de televisión de los años ’60 del siglo pasado, protagonizada por David Jansen. Es la desesperada historia de un médico, el doctor Richard Kimble, quien, tras haber sido acusado, falsamente, de asesinar a su esposa, huye por carreteras y ciudades apartadas durante largos años, cinco, creo, de las garras del teniente Gerard, siempre pisándole los talones, hasta que, en el capítulo final se descubre que el verdadero asesino no era el honrado doctor Kimble, sino un personaje impensado, «el manco».
A propósito de la tensa expectativa planteada ante el desenlace de esa serie, recuerda Alvino que en su columna semanal de El Universal, el respetado periodista Omar Lares comentó, a modo de primicia sensacional, en aquellos cercanos tiempos de cavernícolas que éramos sin Internet ni televisión por cable, que un amigo suyo recién llegado de los Estados Unidos le había revelado el esperado final de El fugitivo. El autor del crimen, según la persona que le confiaba el dato, era el propio teniente Gerard.
Todo el vasto hervidero de lectores de Omar Lares lo creyó así, pero no era cierto. El columnista fue sorprendido en su buena fe, razón por la cual se sintió obligado a dejar constancia del vil engaño. Y, como si al caldo de esta espesa duda no le faltaran ingredientes, en este punto suelta Alvino una hipótesis brutal. Se pregunta si no estaría pasando lo mismo, ahora, con los devorados «runrunes» de Nelson Bocaranda sobre el secreto padecimiento de Chávez. Esto alega: «¿Cómo se explica que dentro de un dispositivo de seguridad tan opaco y probado exitosamente como el cubano, al cual Chávez se le ha entregado a ciegas, se puedan producir filtraciones tan numerosas, frecuentes y certeras? ¿Quiénes son los delatores: son cubanos o venezolanos? Y además, ¿qué interés podría tener un delator para proceder de esta forma? Los cubanos, se supone, están amarrando al máximo sus intereses a futuro, dado que si todo es cierto se les acabará la ‘manguangua’, y eso justificaría un silencio blindado. Y los venezolanos «de orilla» -pareciera que pintan poco en todo esto- tampoco se arriesgarían, puesto que serían los obvios sospechosos, y con ello los traidores no sólo de secretos sobre Chávez, sino de secretos de estado cubanos, con lo cual pueden hasta perder el pellejo».
Así que versiones hay, al gusto, a la carta. Según sea el amor o el desprecio que se sienta por el supuesto paciente. Pero, por encima de dudas y certezas, saludable o moribundo, la condición anímica del Presidente denota su incompetencia para gobernar, y la sanidad mental, o espiritual, de un mandatario, y más aún cuando acumula todo el poder, es tan valiosa como su salud física. La finitud está ahí, sin más opción. Como diría Heidegger, en esta barca terrena sólo somos «seres para la muerte». Eso sí, el país tiene derecho a saber. Si en verdad está enfermo, el Presidente incurre en seria falta al no decirlo. Más allá de su dolor, respetable, nadie tiene derecho a arrastrar a una nación entera hacia su propia tragedia, a ese «miedo a la nada» del cual habla el novelista británico Julian Barnes («La muerte genera un gran desasosiego: el temor a la disminución de la energía, que la fuente se seque, que se desvanezca la luz. Miro alrededor, a mis amistades, y puedo ver que la mayoría de éstas ya no son amistades sino, más bien, el recuerdo de la amistad que tuvimos»).
Y si se trata de un teatro, asociado a la compasión que despierta la muerte de un prójimo, peor para su liderazgo, y para el respeto que buena parte del país le prodiga. Entonces el sino de sus adversarios es prepararse para contrastar con una agenda de paz y esperanza, en democracia, el siete de octubre (sin que pueda aceptarse ninguna otra modificación de esta fecha), su fracasado modelo de gobierno, como si él estuviese en la plenitud de sus facultades. Porque lo ideal sería derrotarlo en las urnas electorales.
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Repiques
La iniciativa de retirar a Venezuela del ámbito de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos deja al desnudo la conciencia histórica que este Gobierno tiene de sus desmanes.
Los argumentos del canciller Nicolás Maduro, deplorables, vergonzosos, como eso de que la CIDH es una «mafia». Al nivel de un pran.
Romper con el sistema interamericano porque los Estados Unidos y Canadá tampoco reconocen al organismo regional, mueve a formularnos una pregunta: ¿Desde cuándo es lícito para la revolución proceder igual que el Imperio? ¿Qué es lo que diferencia a un Gobierno «humanista» del reino del capitalismo salvaje?
Leído en Twitter:
@FrasesGeniales: «Cuando te digan ‘no te ofendas’, prepárate para ser ofendido»
@mingo_1: «No escribas ni digas ticket en español. La palabra es tique. Su plural es tiques»
@la_patilla: «Diputados y jóvenes se bañarán en el río Guaire»
@Proctologo: «Le pintamos al avión presidencial: ‘De Sabaneta para La Haya’ «
@SeguridadLara: «Prefiera usar siempre vehículos con aire acondicionado y en la medida de lo posible circule con todos los vidrios cerrados»
¿El ex magistrado Eladio Aponte Aponte, un testigo «protegido» por el Departamento Antidrogas (DEA) de los Estados Unidos? Intolerable. Debe ser juzgado, acá o allá, sin privilegios. Es la versión tropical de Al Capone con toga negra. Es un delincuente de marca mayor. Cometió, y confesó, delitos de lesa humanidad, que no han sido reparados. Torció la justicia, acató órdenes ilegítimas, y mucha gente pagó con su libertad y hasta con su vida por sus horrendas depravaciones.
«Cuando veas a un hombre bueno, trata de imitarlo. Cuando veas a un hombre malo, examínate a ti mismo». Confucio
Uno de los peores crímenes del actual Gobierno es el de vestir de uniforme militar a los carteles de la droga. Según informes que han comenzado a ser revelados, no sólo se utilizó vehículos de la FAN para transportar toneladas de cocaína «decomisada» hasta fuertes militares, sino que esa misma droga fue «vendida» a carteles amigos, previo pagos multimillonarios. ¿Fue eso lo que justificó despachar de aquí a la DEA? ¿Esa es la «soberanía» que se defiende?
«Felices los que nunca esperan, porque nunca serán defraudados». Les Luthiers
Los capos de la droga, que pelean por sus territorios demarcados, como lo hacen los animales, se anotan ya un largo y tétrico historial de crímenes. Han dado de baja no sólo a periodistas que se han atrevido a señalarlos, como es el caso de Mauro Marcano, en Monagas (año 2004), sino a militares, de cuyas muertes poco se ha hablado. El ajusticiamiento del general de brigada (Ej.) Wilmer Moreno, en Anzoátegui, tuvo características similares al del capitán Jesús Aguilarte Gámez. «Además de las semejanzas en el modus operandi de los criminales hay otras analogías escalofriantes. Ambos eran miembros de la logia golpista de Chávez, formaban parte de su círculo más cercano y habían sido señalados como sospechosos de participar en el tráfico de estupefacientes», escribió el general Carlos Peñaloza.