Hace más de medio siglo las autoridades norteamericanas de la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría mostraban una marcada tolerancia por varias dictaduras latinoamericanas.
Consideraban que aquellos déspotas eran factores de estabilidad y eventuales aliados para controlar a ciertos díscolos y subdesarrollados vecinos al Sur.
Fue por esos tiempos que Franklin D. Roosevelt – al referirse al nicaragüense Anastasio Somoza – acuñó la frase: «Es un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra».
Luego resultó que aquellas dictaduras personalistas eran apenas tapas de unas ollas de presión que al reventar salpicaron la reputación democrática del aliado al Norte.
Hasta el Sol de hoy Estados Unidos no logra sacudir por completo la tenebrosa reputación que le generan las izquierdas globales, de promover dictaduras de derecha en Latinoamérica.
Más adelante aparecen regímenes llamados comunistas o de izquierda, diez veces más sanguinarios y represivos – por lo totalitario y sistemático – que las dictaduras tradicionales.
Por décadas se mantuvo un repudio generalizado al tenebroso caso de los hermanos Castro, sistema despiadado que no ofrece a sus vecinos más que subversión, terrorismo, y una economía fracasada, en completa bancarrota.
Pero luego a los Castro les aparecieron imitadores en pleno siglo XXI, pero esta vez en alguna nación más próspera, dotada de fondos al parecer ilimitados que prodiga sin restricción alguna.
A partir de allí – «poderoso caballero es Don Dinero» – proliferan las justificaciones a las dictaduras – siempre que sean de izquierda.
Se les comienza a tildar de «progresistas» y a suministrar explicaciones socio-económicas para intelectualizar su entronización.
Poco a poco se multiplica el triste espectáculo de gobernantes claramente democráticos que se hacen la vista gorda ante gruesas violaciones a todo precepto fundamental de una democracia y se desviven en carantoñas hacia dictadores descarados y redomados.
A cambio de prebendas y pequeños favores proclaman entrañables amistades personales. Parecen olvidar que el alacrán pica indiscriminadamente y por instinto a cuanto tenga más próximo, y que tales regímenes atentan contra la estabilidad bajo cualquiera de sus máscaras: Ya sea en enfrentamiento frontal ó actuando bajo cuerda, al financiar marchas, candidaturas de izquierda y todo tipo de actividad dispuesta a socavar las bases de cualquier democracia.
A fin de cuentas, el código genético de toda dictadura de izquierda contiene la desestabilización a todo sistema que no concuerde con su propia vocación totalitaria. Allá quién les crea, que los compre.