¿A quién se le ocurre tratar en un mismo artículo sobre dos personajes tan disímiles como Oswaldo Guillén y el rey de España? Pues a una loca como yo. Y no es la primera vez que hago estas mezcolanzas raras. Sin embargo, verán como la cosa no está tan descaminada: ambos han sido no- ticia en el mes de abril por declaraciones o acciones fuera de base.
Por orden temporal, empiezo con el caso Guillén porque sacudió la opinión pública primero que el monarca. El flamante manager de los Marlins de Florida debuta esta temporada como tal, pues antes lo fue de los Medias Blancas de Chicago, con los cuales se consagró como el primer manager latinoamericano y, por supuesto, venezolano, en ganar el máximo campeo- nato de las Grandes Ligas del béisbol de los Estados Unidos. Ozzie, como amablemente lo bautizaron los gringos en su afán de reducir los nombres largos, siempre se ha distinguido por ser bocón. Bastantes encontronazos tuvo en Chicago con la prensa y hasta con algún directivo de su equipo. Ahora, apenas estrenándose con los Marlins, en la exiliada república cubana mayamera, fiel a su estilo y remarcándolo en sitio nuevo, para imponerlo, salió a decir en una entrevista: «Yo amo a Fidel Castro».
¡Dios mío, la que se armó! Los cubanos expatriados pusieron los ojos en blanco y el grito en el cielo. Ni siquiera se detuvieron a pensar si se trataba de una mala traducción al inglés del mismo entrevistado, pues no es su lengua natal y bien pudo querer decir otra cosa, de lo cual estoy segura: «Admiro que Fidel Castro se haya podido mantener en el poder más de 50 años». Y eso es muy cierto, es para admirarse, sorprenderse, que en tantos años el pueblo cubano no haya podido salir de su criminal tirano, como nos está pasando a nosotros que ya en casi 14 años tampoco hemos podido salir del nuestro. En todo caso, no era un problema deportivo para injustamente suspenderlo por 5 partidos. ¿Y la libertad de expresión no cuenta en este caso para los perseguidos políticos por lo mismo?
A mí me acusó alguien, con escándalo sarcástico, por decir que admiraba al famoso gangster Al Capone. Sí, pues fue ingeniosamente hábil para ser condenado, no por su crímenes, sino por evasión de impuestos y, aun así, consiguió benevolencia del gobierno de los Estado Unidos durante la II Guerra Mundial porque, gracias a sus contactos con la mafia, consiguió información valiosa sobre el enemigo italiano.
Recomiendo leer del Evangelio de San Lucas, el capítulo 16, versículos del 1 al 12. Es la parábola del administrador infiel que, al ser despedido por su
amo, se las arregla con los deudores de éste, rebajándoles la deuda, para ser recibido por éstos una vez que se quede sin empleo. Jesús termina diciendo: El amo alabó al administrador infiel por haber actuado sagazmente; porque los hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz. / Y yo os digo: haceos amigos con las riquezas injustas, para que, cuando falten, os reciban en las moradas eternas.
¿Alabó Jesucristo el crimen? No, alabó el ingenio para defenderse. Lo mismo hicimos Ozzie Guillén y yo, pero no somos Cristo y nos apedrearon.
¿Y el rey Juan Carlos? ¡Ah caramba, él sí que se metió en camisa de 11 varas! Yo creo que tantas anestesias le han afectado un poco el cerebro.
¿Cómo se le ocurre cazar elefantes? ¡Elefantes, señores, en el siglo XXI de grandes preocupaciones ecológicas! ¡Elefantes, un animal tan noble con esa amable figura de abuelo! ¡Elefantes, Juan Carlos, cuando en tu país y tu familia está pasando de todo y nada bueno! No, esto sí que es una metida de pata, tan honda que hasta sin culpa del pobre elefante se te rompió la cadera. Buen castigo, porque ya no estás en edad, ni condición, ni estado de andar en estas cosas absurdas, que ni siquiera son aceptables en la juventud. Si hasta quieren prohibir las corridas de toros, que son arte, donde el bello animal tiene su cuarto de hora de brillo antes de morir, después de haber sido criado en absoluta y gozosa libertad. La cacería por deporte es mucho más inmoral, ¡y de elefantes… ! ¡Vamos, qué despiste!
Sin embargo, yo al menos, perdono sinceramente a su majestad borbónica, porque aquella frase suya dicha con énfasis y propiedad, «¿Por qué no te callas?», quedó inmortalizada en mi corazón.