El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, sostuvo en la Cumbre de las Américas celebrada en Cartagena que «a veces parece que algunas de las conversaciones están perdidas en el tiempo, remontándose a la década de los 50”, por lo que hizo un llamado para superar lo que calificó como “diplomacia de la guerra fría”.
Tiene razón Obama en el señalamiento que ha hecho. Ya no existe en el mundo de hoy el enfrentamiento que tuvo lugar durante el siglo XX entre el bloque occidental capitalista encabezado por Estados Unidos y el comunista liderado por la Unión Soviética, que llegó a amenazar con la destrucción atómica del planeta y se desarrollo en los más variados ámbitos, desde el deportivo hasta el militar.
Lo que no se entiende es por qué Obama estando conciente de ello continúa en la actualidad aplicando el tipo de diplomacia que adelantaba su país durante la guerra fría, en particular en relación a Cuba, país al que el presidente Dwight Eisenhower impuso un embargo comercial, económico y financiero en 1960 como parte de las estrategias de aquel entonces. ¿Por qué Washington persiste en fórmulas de la década de los 50? ¿Por qué un veto a la asistencia de Cuba a la Cumbre de Cartagena como si estuviéramos en los años sesenta? ¿Acaso el tiempo no ha pasado? Lo menos que puede decirse es que es una extraña conducta la de Obama.
Si se pone de lado este anacrónico y contradictorio comportamiento de la diplomacia estadounidense, se puede considerar que lo ocurrido en la Cumbre sí refleja y representa un paso en la evolución de las relaciones diplomáticas en el Continente. Bastaría con señalar que, en su gran mayoría, los gobernantes latinoamericanos no se comportaron de manera sumisa, como solía ocurrir durante la guerra fría, tiempo en el que redactaban en el Departamento de Estado, de manera “consensual”, las resoluciones de cumbres y encuentros. Ya sólo esto constituye una substancial modernización de la diplomacia en el continente americano.
Sin embargo, los gobernantes de los países latinoamericanos han actuado con cierta timidez y desaprovecharon la oportunidad de dar nuevos pasos, más sólidos y eficaces en el establecimiento de una nueva relación, acorde con los nuevos tiempos, entre Estados Unidos y los países latinoamericanos. Hubiese bastado con la presentación de un proyecto de declaración conjunto, con planteamientos precisos seguridad, soberanía, Cuba, las Malvinas, drogas, sistema financiero internacional. Pero todavía hoy, la resistencia de los “halcones” no despacha solo desde las oficinas de Washington.
Tiene Razón Obama
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