El ambiente cultural en los países de cultura occidental y cristiana se ha visto afectado de unos años para acá por factores disolventes acerca de la comprensión del matrimonio y la familia. Un denominador común podría ser el abandono de la verdad sobre la naturaleza humana: sobre qué es el hombre.
Si la libertad está desvinculada de lo que en verdad conviene al ser humano, será una libertad sin contenido, que rechaza todo compromiso y obligación, supuestamente contrarios a la libertad. La sexualidad no tendría nada que ver con la dignidad de las personas, sería un pasatiempo, un objeto de consumo.
Si el matrimonio no deriva de una conveniencia esencial para el hombre, será simplemente un convencionalismo social, una costumbre obsoleta, que pone trabas al ejercicio espontáneo del amor. Por otra parte la abundancia de medios técnicos que permiten disociar el amor conyugal y la apertura hacia la prole, contribuye a una banalización del matrimonio y de la familia, como sedes iniciales de la vida.
Según esto la familia sería un modelo de convivencia humana derivado solamente de unas determinadas circunstancias históricas. La familia tradicional sería un modelo rígido, cerrado a las múltiples posibilidades disponibles para la libertad humana. Es la llamada ideología de género, según la cual no existe el sexo como una realidad natural, sino solamente el género: un rol o papel que la persona decide asumir.
Habría que recordar aquí que el género no es una categoría antropológica sino gramatical: masculino, femenino y neutro. Si el sexo no forma parte de la identidad personal es lo mismo ser varón o mujer, heterosexual u homosexual, transexual o bisexual.
Habría entonces que combatir el matrimonio heterosexual y la familia monógama como una imposición alienante para la libertad y la realización humana. Nada de uniones estables, ni la relación entre la unión matrimonial y la procreación. La maternidad sería una esclavitud para la mujer, y el parentesco un simple convencionalismo arbitrario.
Conocer la ordenación natural del varón y la mujer hacia el matrimonio y la familia es claramente posible para la recta razón humana, sin bien razones de índole moral pueden desviar la rectitud de su juicio, impulsado por las pasiones humanas desordenadas.
De ahí la gran conveniencia de que Dios haya revelado explícitamente los rasgos esenciales del matrimonio y la familia, viniendo en ayuda de la razón natural. De este modo los rasgos esenciales de la vida moral al igual que las otras verdades fundamentales para la vida humana, puedan ser conocidos por todos «fácilmente, con certeza y sin mezcla de error» (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 36-38). Entre esos rasgos esenciales se encuentran los que se refieren al matrimonio y la familia.
El distanciamiento de la ley moral natural constituye una grave involución cultural. Y refleja errores profundos, teóricos y prácticos, acerca de la unidad de cuerpo y alma en la persona humana, de la corporalidad sexuada, del sentido de la libertad, del compromiso como madurez personal, del amor como don de sí, de la vida humana como regalo y como tarea. Necesitamos redescubrir los rasgos esenciales de la naturaleza humana en cuanto al matrimonio y la familia.
La verdad sobre el hombre y su vida libera de muchos errores y abre el paso al fecundo desarrollo de las personas.
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