Entre el totalitarismo discursivo y la vision unilateral
Tal vez las palabras no resulten adecuadas para expresar el sentido físico, carnal, somático de la desesperación, la ansiedad o el dolor que se pueda sentir en un momento dado.
Lo mismo se aplica a los sentimientos más benéficos como la alegría, la pasión o la felicidad. Pero es necesaria la palabra para comunicarse, para hacer inteligible la relación humana, la minima posibilidad de aprender del otro. Por supuesto que también es un recurso para la confusión, para la manipulación y la mentira. En este contexto de ambigüedad comunicacional se mueven las ideologías, los dogmas, las creencias.
Esa necesidad de comprender siempre, corre el riesgo de ser parcial, de ser una manera inducida de interpretación donde todo se pone en duda. Desde “la realidad”, “la subjetividad”, hasta la propia “existencia”. Todos los cuestionamientos que se hacen desde las diferentes ópticas, siempre parten de la invalidación del oponente, del adversario o en el peor de los casos, del enemigo.
Todo esto viene a cuento por la situación que como sociedad se abrió en nuestra cultura occidental desde la caída del Muro de Berlín y de la “evidente victoria” pírrica de uno de los dos sistemas que se repartían el mundo. La pobreza, la injusticia y todos los demás epítetos siguen campeando por sus fueros. Ni antes ni después los desplantes de la cuestionada “realidad se muestran diferentes. Las mismas alternativas pasan por desmitificación de los discursos, de las estructuras, de las relaciones sociales, etc.
No hay un elemento que una a los enfrentados, solo un factor los hermana: la consecución del poder para poner en práctica su visión. Hay poderes ancestrales, casi monolíticos, como los representados por los estados tradicionales, emergidos después de la Revolución Industrial y los hay nuevos, los ensayos de signo distinto, que pretenden instaurar revoluciones, cambios drásticos. Sin entrar en detalles de valoración, hay una característica común que se asoma en cada uno de estos protagonistas: el discurso de su “verdad”. No hay posibilidades de análisis crítico que no sea etiquetado con algún denuesto por parte del receptor de la crítica. Cada quien defiende su status con la fe del carbonero, con la iluminación del creyente. Se abrogan como representantes de la verdad única, hasta en sus errores más elocuentes. La tendencia a la visión unilateral desmadra cualquier intento de cuestionamiento. Es un defensa ciega donde hay muertos y… ¿si están equivocados? ¿Cómo se resucita a un muerto?
Los caídos en Afganistán, en Irak, en Nicaragua, en Vietnam, en Chechenia o en cualquier parte del mundo son denominados “daños colaterales” por los discursos totalitarios. Porque desde la democracia gringa hasta la revolución bolivariana, los argumentos y los muertos siguen produciéndose y por medio de las palabras, justificándose las más contradictorias acciones en nombre de la libertad, inclusión, la raza, la democracia o cualquiera sea la bandera que se defienda. Sin llegar a los extremos del pesimismo suicida de Cioran ni a las ingenuidades pacifistas de un Ghandismo manipulado por sus enemigos, la podredumbre de los extremismos nunca aportará felicidad a ningún ser humano.