Así como en la caza y la pesca, en la política también se utilizan los señuelos. En la reciente Cumbre de las Américas de Cartagena, un grupo de países usó a Cuba como cortina de humo para evitar que salgan a flote otros temas relevantes que afectan al continente, como la corrupción pública, la inseguridad ciudadana, el fraude electoral, las violaciones a la libertad de prensa y la injerencia política en la justicia, todos aspectos que atentan contra la Carta Democrática Interamericana.
El gobierno de Cuba es el anzuelo que Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela aprovechan habitualmente en cada reunión intergubernamental para insistir que los hermanos Raúl y Fidel Castro deben estar sentados en toda mesa de negociación y para recriminar a EE.UU. de que debe terminar con el embargo económico contra la isla, al que responsabilizan de todos los males de la dictadura.
Uno se pregunta si no hubiese sido mejor que la atención y el tiempo dedicado a favor del gobierno de los Castro, se enfocara a favor de los ciudadanos cubanos, las verdaderas víctimas. Al final, por culpa de Cuba -léase el ruido generado por Rafael Correa y Daniel Ortega que se negaron a participar y la visita previa de Juan Manuel Santos a la isla para que los Castro no se resintieran porque no se les invitaba- no hubo una declaración final de consenso sobre un temario importante enfocado en la pobreza,
inequidad, acceso a banda ancha y hasta la conveniencia o no de legalizar las drogas.
Todos los presidentes en la Cumbre desperdiciaron una oportunidad de oro para reprender a la dictadura cubana por su férrea política de opresión, como quedó a la luz con la represión a manifestantes y disidentes en la reciente visita de Benedicto XVI; para exigir la liberación de presos políticos y que se les permita a los cubanos salir y entrar de su territorio, como lo hizo Dilma Rousseff, en una reciente visita a La Habana,
en donde comunicó que su gobierno le había otorgado visa a la bloguera Yoani Sánchez, a quien como muchos, los Castro no dejan salir.
Es bueno que del tema del embargo se hable en reuniones multilaterales, ya que incluso en EE.UU. tiene detractores como simpatizantes. Muchos creen que sin el embargo se alcanzaría el objetivo de propiciar cambios democráticos más rápidos. Otros, como el presidente Barack Obama y sus antecesores de cinco décadas, consideran que no se pueden hacer concesiones mientras el régimen no cambie a un sistema pluripartidista, de elecciones libres y que cada cubano pueda gozar de su libre albedrío.
No parece factible que EE.UU. afloje ante las presiones, ya que las sanciones económicas son armas predilectas que se utilizan contra otros países como Corea del Norte e Irán, para que desistan de planes nucleares bélicos. Tampoco es un pedido muy razonable, considerando que varios países latinoamericanos ahora están haciendo algo parecido al bloquear el atraco de buques con bandera de Malvinas, en apoyo a la soberanía que reclama Argentina.
Este pedido de reinserción de Cuba es tanto un deja vu como una hipocresía. Hace un par de años, Hugo Chávez forzó consensos para que Cuba entre en la Organización de Estados Americanos, algo que los Castro rechazaron porque no querían someterse a la política de supervisión de los derechos humanos de esa entidad.
La hipocresía es que mientras en la cumbre se discutía sobre mayor acceso de los latinoamericanos a tecnología de banda ancha, diplomáticos cubanos, junto a sus colegas chinos, rusos e iraníes, bregaban en reuniones en Europa por mayor control gubernamental sobre el internet, con la intención de prevenir procesos emancipadores como los que las redes sociales propiciaron en la Primavera Árabe.
También la ausencia que algunos gobiernos anunciaron para la Cumbre de las Américas de Panamá en 2015 si Cuba no es invitada, parece tener un objetivo más simbólico que sensato, puesto que tres años en política es mucho tiempo. Si se considera que Fidel tiene 86 años y Raúl 80, que Chávez padece una grave enfermedad y que varios procesos electorales animan cambios ideológicos en la región, es probable que Cuba dependa más de los cambios internos que debe dar, que del apoyo político externo que siempre espera.