En el principio solo estaba la madre tierra, luego vino el hombre que es solo una brizna en la tela de la vida. Siglos y milenios han transcurrido imparables. El ser humano lo ha logrado casi todo, pero no ha aprendido a ser hermano de sus iguales. La tecnología y su esplendor son el actual dios de quienes olvidan que estas máquinas no son humanas, que no abrazan, que no aman, ni son calor, mucho menos compañía. De un tiempo acá la tecnología móvil se ha convertido en el dios que ha logrado esclavizar y hacer olvidar a sus sometidos que fuera de ellos hay gente de carne, hueso y sentimientos. Dominados por un aparato pierden su esencia humana, el juicio, sensibilidad y deseo de dialogar y comunicarse con otros en persona.
Tomé mi cuaderno y mi pluma dispuesta a escribir acerca de la soledad que siente un buen número de humanos que viven en medio de tantos otros como él. Un par de paraulatas entonaba bellos trinos sobre las ramas de los árboles del jardín, lo demás era silencio, paz, armonía. ¡OH! Sublime día de Abril, ¡OH! sublime floración de época de lluvias y de bendiciones, ¡OH! Sublime momento de reflexión. Ayer llovió; todo está florecido, huele a tierra mojada, huele a jazmín.
Las aguas de la vida corren como si tuvieran prisa; igual corre el largo torrente de los siglos que va dejando huellas, recuerdos, historia. Se agota la juventud, llegan los años, muy quedo late en un rincón el corazón, llegan los buenos males tecnológicos, la esperanza holgazana en la caja de Pandora…
A lo lejos el sol insinúa la llegada de sus primeros rayos, todo en el cimiento terreno parece inconmovible, avanza el día, se entibia el polo de la fe en ese anhelar tan fútil y tan loco de la rara humanidad.
Todo ha cambiado; llegó el monstruo de la tecnología a los hogares e instituciones averiados por el tiempo y la rutina. Se van perdiendo las palabras, las cartas, las esquelas, el compartir, lo natural. Olvidamos que todos nos necesitamos. Hemos logrado increíbles avances en el campo de la ciencia, logramos viajar lejos al espacio exterior, producimos computadoras, teléfonos sofisticados, la comunicación se agiliza en este mundo globalizado, pero cada vez estamos más lejos, nos vamos quedando solos, ya no hay tiempo para nadie, para nada, solo para el aparato que nos absorbe. Se dejan a un lado momentos de risa, de charla, de dialogo, de compartir ideas; persiste solo el ansia de conocer la última maravilla. Cambia la sociedad y en el interior de cada uno todo va cambiando, el esfuerzo personal pierde valor, gana el facilismo, lo frívolo y presuntuoso. Lo último de la tecnología Android, traspasa los límites de lo normal y produce impacto en la familia, en el trabajo, en la sociedad. A más facilidad tecnológica, más dependencia, más aislamiento del entorno y de sí mismo. Ya casi no se utiliza la mente, las relaciones humanas se descuidan, la prevalencia de los principios no se respeta; las máquinas dominan el tiempo y el espacio del hombre, lo esclavizan. “Las peores enfermedades del hombre son: La incomunicación, la revolución tecnológica y la vida centrada solo en el triunfo y ambición personal” (Saramago)
De los embobados por la magia de las cosas desconocidas, en su libro “La República” Platón ya hablaba a través de la fábula de los esclavos atrapados por la fascinación del juego chinesco. Antes esa era la novedad, lo mágico, lo mejor. Hoy estamos atrapados por la fascinación de las nuevas tecnologías, abstraídos, pensamos en función de una máquina, no hay tiempo humano para nada.
-Celebremos la vida, retomemos el vuelo, humanicémonos, volvamos a crear, a pensar por nosotros mismos, ejercitemos las neuronas. Porque es muy triste no tener nada que imaginar, que cerremos nuestras humanas puertas, que nos hundamos en la soledad acompañados por una insensible máquina, vacíos. Es triste que no nos recordemos a nosotros mismos, ser apenas un suspiro olvidado en el silencio, ignorar la calidez de las auroras que ruedan sobre los paisajes del mundo; es triste no sacar el tiempo para contemplar el hundimiento de las últimas estrellas en el día, es triste por último permanecer aislados del mundo tangible, rodeados de un infinito y oscuro aislamiento, desprendidos de Dios, de todo, de todos y hasta de nosotros mismos.
“Si hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, podemos retomar el sencillo arte de vivir como verdaderos hermanos” (M. Luther King)