Sin duda que con la razón la humanidad ha logrado maravillas y vivimos rodeados de los frutos del pensar. Pero somos racionales solo en parte y a veces la razón no es la parte que gobierna nuestra conducta pues en nuestro cerebro seguimos teniendo las mismas estructuras primitivas que compartimos con los animales. El instinto de atacar y matar para comer y el miedo que nos ayuda a huir cuando las cosas se nos ponen difíciles, son parte de esa herencia biológica a la que la cultura y la razón han logrado dominar solo a medias. Con demasiada frecuencia nos volvemos bestias asesinas que se gratifican con los baños de sangre en los que cada tanto participamos.
La cultura ha canalizado el impulso de agresión –sublimado, dicen los psiquiatras- hacia acciones positivas, entre ellas el deporte. Las competencias deportivas se realizan siguiendo reglas que eliminan o limitan la violencia y en ellas los únicos caídos son los records y el premio ya no es la ocupación del territorio ni la apropiación de los bienes y mujeres del derrotado, sino un trofeo y el orgullo de haberlo ganado.
Pero el impulso de matar sigue estando presente. Lo vemos cuando los adultos, por tonterías, inician peleas que terminan con muertos y heridos o un asesino mata sin otra razón que las ganas de hacerlo. Lo vemos en los “coliseos” donde los presos zanjan rencillas y alivian tensiones. Lo vemos en las hordas y ejércitos que en tantas partes del mundo masacran a sus enemigos, incluyendo mujeres y niños. La sed de sangre y violencia la vemos también en las tradiciones culturales que son parte de la identidad nacional de algunos países: el toreo, las matanzas de delfines (en Finlandia), las peleas de gallos, de perros, el coleo….y la caza “deportiva”.
No entiendo eso de la llamada caza deportiva donde un “racional”, armado de la mas precisa y mortífera tecnología, ubicado a una distancia segura, abate algún animal que ni supo lo que le pasó. Luego se toma una fotografía y de regreso muestra lo que disfrutó y lo valiente que fue. ¿Valiente? Valiente es el adolescente masai que para graduarse de hombre tiene que agarrar a un león por la cola.
Escribo sobre este tema porque da vergüenza saber que el rey de España, Juan Carlos, se fracturó la cadera cazando elefantes en África. Uno se pregunta que hace un rey conocido por su cultura y civilidad, su patronazgo a las buenas causas, entre ellas las ecológicas y conservacionistas, procurándose placer matando animales. Y aunque lo hizo legalmente y tras pagar un alto precio, lo que se cuestiona es el sentir placer matando y que quien lo hizo es un rey. Para rey cazador prefiero a Tarzan, el rey de la selva, que mataba leones armado solo con su cuchillo y su astucia para sorprenderlos.
La casa real española está pasando por mal año. El yerno del rey está acusado por corrupción y estafa y ahora, en medio de una terrible crisis económica y social, el rey se va a África a matar elefantes, se rompe la cadera y los costos de hospitalización los cubre el Estado cuando se ha reducido el presupuesto para la seguridad social. Ahora los españoles se preguntan si es racional que su país tenga rey, familia real, casa real y demás yerbas, un cargo casi decorativo por el cual se les paga un alto sueldo y que debería actuar como modelo moral pero que al irse de caza no muestra serlo tanto.
Las bestias, irracionales, solo matan para defenderse o comer y lo hacen solo con las armas que les da la naturaleza. Nosotros, racionales, matamos por placer y con la protección y la ventaja de la mejor tecnología posible.