Se trata de un verdadero “golpe de estado” para terminar de liquidar el sistema democrático venezolano. La expresión la pongo entre comillas porque generalmente cuando se utiliza va referida a actuaciones estrictamente militares. No comparto plenamente esa convicción. Normalmente las armas dicen la última palabra, pero son los civiles quienes construyen los escenarios propicios al desenlace militar. Nuestro caso es confuso. El régimen castro-chavista sin ser militar, es militarista. No es una dictadura clásica, al tradicional estilo latinoamericano, pero cada día se asemeja más a la dictadura comunista cubana, cuyo peso e influencia se siente en los sectores que realmente importan. Como dato curioso, difícil de entender hasta para nosotros mismos, los civiles “revolucionarios”, son una mezcla de antiguos demócratas con guerrilleros y terroristas de los años sesenta, pero hoy bajo el control castro-chavista, envilecidos por la grosera concentración de poder político y económico permitida para garantizar compromisos de lealtad y sumisión.
Es notoria la destrucción de la República. Principios y valores fundamentales desdibujados dan paso a la mayor relativización ética de la historia. La libertad, la propiedad, la familia, el esquema federal establecido constitucionalmente, la integridad de la administración de justicia, la independencia y separación de las distintas ramas del poder público y, en fin, cualquier cantidad de elementos importantes desaparecen despejando el camino al personalismo totalitario y autocrático, la intervención extranjera y la imposibilidad de contar con medios libres e independientes para expresarnos sin temor a represalias. La inseguridad de las personas y de los bienes, la falta de empleo estable y bien remunerado, la escasez y la incertidumbre del día a día generan condiciones para que podamos afirmar que la legalidad de origen del régimen ha perdido toda legitimidad gracias a lo perverso de su inconstitucional ejercicio.
A todo esto se agrega la situación del soldado que nos gobierna. El golpista mayor ve conspiraciones por todos lados. Hasta nombra comandos especiales para debelar los protagonistas apela nuevamente a la retórica de guerra. Quizás sea su enfermedad terminal la razón de sus tormentos. También puede tratarse del desbordamiento de desviaciones mentales que lo afectan desde antes del diagnóstico fatal. La sobrevaloración de sí mismo, normalmente referida a Cristo, a Bolívar, a Fidel, es trágica para un país que quiere resolver sus problemas pacíficamente en las elecciones del próximo 7 de octubre. Vamos a ellas con la convicción de que no existe igualdad, equilibrio, imparcialidad ni disposición de ánimo en el alto gobierno, para aceptar la derrota y entregar por las buenas. Se preparan para que no sea necesario, creando condiciones previas que impidan el triunfo opositor. ¿Estamos todos los demócratas preparándonos para una lucha que podría resolverse en el camino?