Este es el pan nuestro de cada día. Nuestro sistema educativo crea inadaptados. Nuestro sistema alimentario crea enfermos. Nuestro sistema judicial crea injusticias. Nuestro sistema de vida, en suma, crea muertos en la propia vida. La mayoría de nosotros hemos tomado un camino que no es el camino que queremos. Hoy es muy difícil vivir la vida que uno quiera vivir. Nos aprisionan muchas cadenas, muchos grupos de presión, que ejercen un poder sin lástima. Precisamente, el ministro de justicia español, acaba de denunciar la presión social que lleva a las mujeres a abortar.
Cierto y preciso reconocerlo. A veces es tan fuerte la presión social ejercida por una cultura dominante, que se nos presentan estilos de vida basados en la ley del más poderoso, lo que acaba por influir en nuestro modo y manera de ser y de pensar.
Desde luego, debemos alejarnos cuanto antes de estas epidemias actuales, que son verdadero peligro social, y ver la forma de establecer un orden social más equitativo e independiente. Hay demasiada tensión en el ambiente. Se respira malestar hasta por las atmósferas del verso, cohabita preocupación e incertidumbre por todas partes. Con urgencia, el mundo precisa sistemas educativos que dejen espacio para la dimensión humana. Apremia el tiempo del sosiego. La quietud no puede llegar al mundo mientras una buena parte del planeta este desnutrida y la otra padezca sobrepeso u obesidad. Hace falta dar a cada cual lo suyo y darlo con equidad. Pienso que hemos fracasado en conciliar la justicia con la libertad, multiplicándose así las enfermedades mentales en el mundo.
Triste época la nuestra, capaz de destrozarnos la vida unos a otros. Podemos tener más esperanza de vida que nuestros antepasados, pero la esperanza por vivir con dignidad se ha retrocedido hasta en el sueño. Con frecuencia, la misma verdad e incluso la moralidad, son trastocadas por la presión de ciertos poderes que juegan con la ciudadanía a su antojo. El bien común no interesa para estos grupos de presión, sólo el bien de los suyos y el de sus seguidores. En consecuencia, es bastante difícil llegar a una salud comunitaria saludable, cuando además se encuentra ausente la solidaridad y el brote epidémico de egoísmo impide ver horizontes limpios.
La tranquilidad es el mejor analgésico a cultivar. El sosiego debe ir de la mano del progreso de la ciudadanía hacia una nueva vida, más sana y más segura que la actual. El objetivo de cualquiera que crea sinceramente en el ser humano debe ser de respeto y protección. Hay que transmitir paz. Desprotegido el ser humano son posibles todas las locuras. El poder del virus por justificar lo injustificable incrementa el desánimo, pero si hay algo que he aprendido, con el paso del tiempo, es que la clemencia es más penetrante que el odio, que la compasión es preferible aún a la justicia misma, y que si uno va por la vida con la mano tendida, uno hace buenos amigos. Quizás se pueda comenzar por ahí el cambio.