Gran conmoción causó en lo que se conoce como la primera etapa del barrio El Ujano, de esta ciudad, la muerte de un trabajador a manos de dos presuntos azotes de barrio, quienes además hirieron a otra persona la noche del sábado.
La víctima fatal fue identificada como Robert José Martínez Lucena, de 31 años, cédula de identidad número 19.827.649, hijo de Cristóbal Martínez (fallecido hace dos años) y de Edith Lucena Ramírez, padre de un niño de 14 años, casado, residenciado en la carrera 1, entre calles 6 y 7, del mencionado sector, quien trabajaba en una compañía de mantenimiento en las especialidades de plomería y electricidad.
Sus agresores, quienes estaban armados con puñales, le causaron heridas en el pecho, pulmón y manos, según dieron a conocer sus familiares.
Del herido se logró saber que era el amigo más íntimo de Martínez Lucena, Antonio Sosa, popularmente conocido como Tony, a quien le dieron una puñalada en la espalda y otra en la mano derecha.
Homicidas con historial
Primos y otros familiares de Martínez Lucena, quienes no quisieron suministrar sus nombres y apellidos porque consideran que pueden ser objeto de represalias por parte de los compinches de los asesinos, dijeron que los presuntos homicidas son Cirilo y su sobrino Tito, individuos éstos que han sido catalogados como azotes de barrio, ya que todos los días asaltan a las personas que encuentran y las amenazan con agredirlas y hasta quitarles la vida si son denunciados antes las autoridades policiales.
Sin embargo, en varias ocasiones han sido detenidos en los operativos policiales por encontrarles armas y drogas; pero, inexplicablemente, a los pocos días quedan en libertad y vuelven a cometer sus tropelías.
Esos sujetos son consumidores de drogas y asaltantes, siempre andan armados y han sembrado el terror en todo el barrio, dijeron. Se presentan intempestivamente a las reuniones familiares, atracan a las personas y luego se van tranquilamente porque se saben seguros que nadie los perseguirá, ni tampoco serán denunciados.
El suceso
Pero, la noche del sábado, aproximadamente a las 8 de la noche, Martínez Lucena, quien estaba reunido con varios amigos en la acera de una vivienda de la carrera 1, entre las calles 7 y 8, de la primera etapa de El Ujano, al parecer salió con su amigo Tony a comprar una caja de cerveza y cuando llevaba el “vacío” en una de sus manos, aparecieron los dos sujetos.
El trabajador trató de oponer resistencia a los malhechores, pero éstos, quienes presumiblemente andaban drogados, reaccionaron violentamente y lo atacaron salvajemente.
El acompañante de Martínez Lucena trató de auxiliarlo y también fue agredido.
Ante los gritos proferidos por las víctimas se acercaron sus amigos, pero los hampones huyeron despavoridos, aunque enseguida fueron identificados como los conocidos azotes de barrio que desde hace cierto tiempo han venido operando en el lugar.
En el sitio donde se produjo la agresión quedó un charco de sangre, ya que los heridos cayeron al suelo y estuvieron varios minutos desagrándose hasta que fue posible conseguir un vehículo que los trasladara a la sala de emergencia del Hospital Central Antonio María Pineda.
Martínez Lucena fue sometido a una intervención quirúrgica, pero las heridas fueron tan profundas que le causaron la muerte cuando estaba en el pabellón, a las 2 de la madrugada.
Ahora tiene que haber justicia
Mientras los funcionarios del Cicpc realizaban sus estudios en el sitio donde ocurrió el asesinato, Yorbelis Martínez, hermana de Martínez Lucena (eran siete), quien accedió a dar su identidad lo que no hicieron otros familiares, dijo que ella estaba durmiendo cuando a las cinco de la mañana de ayer domingo la despertó una llamada telefónica y, al atender, se enteró de la infausta noticia.
No podía creerlo, expresó, porque Robert nunca tuvo un problema con nadie, en todo momento se caracterizó por su buen humor, su solidaridad y el apego a su familia.
Era un buen trabajador, muy responsable y así pueden atestiguarlo todos los que trabajaron con él.
Mi madre está destrozada porque, como todos nosotros, jamás pensamos que podría ocurrir una tragedia como ésta, ya que siempre evitaba dificultades.
Cuando uno de los parientes dijo: “Ese crimen hay que dejarlo en manos de Dios”, Yorbelis, a pesar de que las lágrimas le corrían por el rostro, enérgicamente reclamó:
-¡A Dios hay que pedirle que ahora tiene que haber justicia! Esta muerte no puede quedar impune. Esos malandros puede ser que hayan jugado con policías y jueces, pero han matado a un hombre muy bueno, servicial y cristiano. Deben ir a la cárcel.
Fotos: Ángel Zambrano