El presidente de Uruguay es lapidario cuando sentencia que después de Chávez en Venezuela no quedará ningún socialismo. Para quien pide vida llameante y hasta cien cruces para cargar con el objeto de proseguir su ruta hacia el socialismo del siglo 21, el juicio de este emblemático hombre de izquierda a nivel continental debe ser devastador.
Pero no obstante esta sentencia premonitoria me ubico entre quienes piensan que si bien el socialismo es una quimera humanística, muchos de sus conceptos y propuestas se encuentran insertos en la mayoría de Constituciones del mundo Occidental y por ello no hay que menospreciarlo y mucho menos satanizarlo.
Sobre las contradicciones del socialismo como utopía y las realidades políticas recordemos un pensamiento de una de las mentes más brillantes del mundo hispánico, José Ortega y Gasset, tomado de su libro La Rebelión de las Masas, escrito en 1937: “En las revoluciones intenta la abstracción sublevarse contra lo concreto: por eso es consustancial a las revoluciones el fracaso”. Aunque por formación cultural no comparto plenamente esta afirmación porque expresa una resistencia epistemológica a los cambios, sin duda contiene una verdad axial como lo es el antagonismo entre la realidad y los sueños que suponen muchas revoluciones centradas en un idealismo que ignora el poder atávico de la individualidad frente a las elaboraciones teóricas de formas gregarias basadas en una solidaridad impuesta por la fuerza».
De alguna manera cuando hablamos de derechas e izquierdas, más que recordar a Jacobinos y Girondinos, nos referimos a la manera de asumir posturas frente a la participación del Estado en el escenario societal. La Derecha pura o extrema asume y defiende lo positivo de un Estado espectador donde las fuerzas creadoras del hombre orienten la ruta hacia nuevos y mejores estadios civilizatorios, mientras que la Izquierda pura o extrema preconiza la intervención y control total del Estado como único camino para obtener un mundo moralmente superior basado en la fraternidad y la solidaridad.
Luego de muchos experimentos en uno y otro sentido, vivimos tiempos donde todas las Repúblicas modernas funcionan con una mixtura de ambos pensamientos. En Venezuela esta mixtura fue el pilar genésico del Sistema Democrático. Una mixtura expresada con gran fuerza por una clase media emergente al mismo tiempo que altamente competitiva también atenta a las obligaciones sociales del Estado a favor de aquellos sectores minusválidos económicamente pero sobre los cuales se tenía y se tiene una vinculación de grupo social de pertenencia.
Hace algunos años se quiso en Venezuela promover e instalar un esquema de tipo economicista dentro del cual se daba excesiva protuberancia a las inversiones y la gerencia privada. Conforme a este plan se satanizó a los políticos para encumbrar a los tecnócratas de la economía. El resultado fue calamitoso y ahora cada quien puede evaluar sus consecuencias y si es el caso asumir sus responsabilidades. Podríamos decir que el país reaccionó con virulencia frente a este intento de romper tradicionales equilibrios en un giro radical hacia conceptos de Derecha, en una sociedad enraizada en el Centro como espacio ideológico.
Ahora, por vía contraria, el Presidente de la República pregona conceptos de extrema izquierda que afrentan a la gran mayoría de venezolanos. Ya no se trata de opositores políticos, se trata de grandes mayorías que no están dispuestas a pasar de las Misiones como políticas gubernamentales que expresan una sensibilidad social compartida, a un régimen gregario donde se excluye la propiedad privada y el manejo autónomo de opciones socioculturales como partes fundamentales de las libertades individuales. Pero cuida muy bien el Presidente en sus expansiones coloquiales de mostrarse como un ideólogo de línea dura sino como un adalid de los pobres y desposeídos quien sostiene ideas que su público cautivo probablemente no entienda pero apoya, simplemente porque con Chávez todo y sin Chávez nada.
Frente a todos estos dilemas ideológicos el candidato de oposición Henrique Capriles Radonski tiene un diagnostico bastante claro pero profundas debilidades como expositor de las ideas que propone como “Camino”. Tuvo éxito cuando por contraste las asumió en el marco de las primarias, pero allí era parte de un menú de opciones que en su conjunto tenía mucha fuerza. Ahora está solo y además es víctima de las confrontaciones entre la MUD y el Comando Tricolor. Y si todo esto fuera poco los radicales que son minoría electoral, 4 por ciento en las primarias, dominan los espacios mediáticos y no le permiten instalar un discurso creíble y coherente para captar a los indecisos. Lo bueno es que según una reciente encuesta, de alta confiabilidad, se coloca apenas a cuatro puntos por debajo del Presidente Chávez. Capriles tiene opción pero sus peores enemigos están dentro de su casa.