Una vieja fábula contaba de un hombre que se ahogaba en el río y desesperadamente le pide a Dios que lo ayude.
Entonces ve venir un tronco, y, dejándolo pasar, sigue rogando al Señor por su salvación; unos minutos más tarde hace caso omiso a una tabla que llega a su alcance, continuando con su angustia, llanto y gritos de desesperación, hasta que inevitablemente se ahoga.
Al ir su alma al juicio ante el Señor el hombre en cuestión reclama por qué ningún bote acudió en su auxilio. Jesús pacientemente le contesta: Te mandé dos veces las herramientas para salvarte y no las tomaste.
En la madrugada del 4 de febrero de 1992 Hugo Chávez Frías en unión de un pequeño grupo de militares intentó derrocar al gobierno constitucional de Carlos Andrés Pérez con el uso de las armas, sorprendiendo al ciudadano común con la violencia del ataque y enlutando hogares venezolanos.
La imagen televisada de un tanque de guerra intentando subir por las escaleras del Palacio de Miraflores recorrió el mundo rápidamente y aún está en la mente de muchos de nosotros. Poco tiempo después el sobreseimiento otorgado por el entonces presidente Rafael Caldera le entrega a Hugo Chávez la herramienta para participar en paz y en democracia en la política.
Es candidato y alcanza con los votos la Presidencia de la república en 1999. Asume el cargo, jurando sobre lo que llamó «una Constitución moribunda». A partir de allí se impone el estilo, cada vez más evidente, de una forma de gobernar intolerante y excluyente hacia los que piensan distinto.
En el atardecer del 11 de abril de 2002, una gran concentración de venezolanos marchaba hacia Miraflores en protesta por la forma de conducir el país por parte del gobierno de Hugo Chávez, siendo sorprendidos por un fuego cruzado que dejó un número importante de inocentes compatriotas muertos y heridos. La imagen de los pistoleros de puente Llaguno impactó por su violencia en la televisión, mostrándole a la humanidad algo que jamás los venezolanos habíamos sido. Un pueblo dividido, violento y agresivo, capaz de disparar entre hermanos sólo por el hecho de pensar diferente. Después de conversar con monseñor Velasco en La Orchila y las acciones de un nutrido grupo de oficiales donde el general Baduel jugó un papel fundamental, el 13 de abril Hugo Chávez Frías tiene las herramientas para retornar a la pPresidencia de la república. En el 2003 en su programa Aló Presidente despide a trabajadores petroleros, sometiéndolos al escarnio público. Más de veinte mil familias son sacudidas en sus cimientos, perdiendo puestos de trabajo, un porcentaje de ellos desalojados de las viviendas que habitaban. Hoy muchos están fuera del país por no poder conseguir empleo y encabezar la nefasta lista Tascón. Nuevamente Hugo Chávez y su equipo de gobierno se muestran brutalmente implacables ante los que disienten de él. Predomina en el discurso oficialista, el lenguaje vulgar, ofensivo. Cuando ocurre una crítica a la forma de gobernar, o un reclamo público por el deterioro de nuestra calidad de vida, la respuesta es la descalificación de quien hace la denuncia. No hay acciones que intenten solventar el problema. Una intolerancia prepotente domina la actitud gubernamental.
El pasado Viernes Santo vimos cómo el Presidente en plena celebración de la Santa Misa implora ante Cristo Señor que le dé vida. Horas más tarde, Barquisimeto se sacude por las órdenes de expropiación de los depósitos de la Polar, donde muchos venezolanos tienen sus puestos de trabajo. Evidentemente ha hecho caso omiso del segundo de los Diez Mandamientos, una de las herramientas que Dios repetidamente le ha enviado.