La apacible apariencia de la estancia y el espacio sideral forman una hilera de espesa tiniebla. No se ve luz y a lo lejos se oye el susurro de los insectos que merodean el entorno insistentemente.
Yo estaba ahí en la oscuridad y como soy un baquiano de aquel lar nativo y conozco cada sitio, cada longitud, cada menudencia.
Entonces desde el cerro miro y veo unas tenues luces que titilan en la distancia. Eran como unos ojos brillantes de animal desconocido asustando el entorno; pero no era como lo calculaba.
-Pensé en el carro de algún lugareño y me aguanté, esperando que pasara.
Mientras tanto se acerca la luz y reflexiono el cuento del ave que ha extraviado su rumbo en la oscuridad azarosa; y espero el resuello de la claridad, para buscar el sendero. Pero las ráfagas de mi pensamiento se esfuman en mi meditación y añoro mi mujer amada Josefa Camacho, la esbelta morena de contextura hermosa nunca vista en la aldea; y ensimismado en la noche en que nos encontramos en la solariega quebrada amparados en la soledad nos mezclamos en fogosas caricias.
-Y extrañado por lo ocurrido aún no doy pie de lo que me acontece, del coche irregular descienden varios individuos con potentes armas en sus manos, camuflados de gendarmes, uno de ellos tiene una linterna grande y alumbra.
Al carro le apagan las luces y sólo queda la que tienen sus manos, que hacen ver el grupo de hombres armados.
-Son los belicosos -pensé.
Tenía noticias de donde estaba por estos predios se confunden los sediciosos, pero no sospechaba que los encontraría tan rápido.
Los jayanes revoltosos no me ven y salgo del camino.
-Hasta aquí llegue -pensé.
Desde lejos mire desorbitado a los desalmados sus movimientos, sus ojos extraviados y escuché sus risas sarcásticas; sus palabras desdibujadas que presagiaba un desenlace maligno. En ese momento me acompañó la espesa tiniebla y salí airoso de ese tormentoso percance a Dios gracias.