Aproveché estos días para recordar mi época de juventud, cuando tuve la oportunidad de conocer esos inmensos llanos del Alto Apure.
Hoy, más que nunca estoy convencido de que sólo con trabajo se puede aprovechar esas ricas tierras para satisfacer las necesidades presentes y futuras, no tan solo de venezolanos sino también de otros países.
Al recorrer las tierras fértiles y de tan baja producción que bordean el eje carretero Puente Páez y Puerto Nutrias, mi reflexión no es otra más allá de la falta de estímulo que se tiene para el trabajo, en contraposición al estímulo, al conformismo, al derroche y el depender de la estructura administrativa del gobierno.
Me permití pararme en varias partes a conversar con los kiosqueros que ganan su sustento con la venta de verduras, pescado salado, queso llanero, pan, chucherías y otros alimentos, y su lamento no es otro que prácticamente no los dejan trabajar por estar sometidos a ese régimen de prohibiciones que sólo se evade teniendo que sobornar y con la expresión de «qué más podemos hacer».
Al pasar ese inmenso Río Apure que siempre lo he considerado una bendición de Dios para Venezuela, me encontré la población de Bruzual, que muchos años tenía de no visitarla y observé que más allá que lo que puede dar la inversión gubernamental, la mano de obra privada no se ha hecho sentir prácticamente para nada y razones habrá para ello y al continuar mi recorrido hacia Mantecal y los Módulos de Apure, se me paralizó el tiempo en observar solo la destrucción al no ver más bandadas de chigüire, babo, caimanes, venados y pato guiri, mas quizás en reemplazo de ellos observe el tendido de fibra óptica, para darle comunicación a esa población y permitir tal vez de esa manera que estos habitantes de nuestro territorio en el futuro por los canales de televisión internacional, observen que en esa zona existía estos animales de la fauna silvestre.
Decidí quedarme en el fundo de un amigo conocido que me había invitado, después de haber realizado varias escalas en otros hatos y en el intercambio de opiniones me habló sobre la inseguridad en todos los aspectos que relacionan la existencia del ser humano en la zona, inseguridad jurídica, social y económica, y llegaba hasta los términos de mencionar la inseguridad religiosa, al expresarme que no se podía creer en nadie, puesto que la mezcla de religión y política se había convertido en una especie de violencia natural.
En la inseguridad jurídica, apelo al refrán «nadie sabe para quién trabaja», y se preguntaba ¿Cuántos años tengo yo metido en estas tierras?, ¿cuántos veranos e inviernos me ha tocado soportar para tener lo que hoy con zozobra digo que tengo?, ¿cuánta sangre he tenido que donar a los zancudos puyones para que alguien hoy venga a decir esa sangre no es mía?, y como puede observar amigo mío hasta el gobierno está peleando con el gobierno, cuando se apoya y se permite invasiones a terrenos del Estado asignados a la Universidad de los Llanos, para su educación, investigación y experimentación y pare de contar cuantos otros desafueros que no tienen nada que ver con la extensión de tierras, la utilización que se le está dando, sino aquello que en forma normal llamamos el «lomito».
Los que hemos estado metidos por años en la zona reconocemos que es una bendición de Dios, el habernos comunicado por carreteras durante todo el año, pero es un castigo el habernos traído los males que generan la vagancia, no hay verano en el que no estemos preocupados por nuestro ganado atacado por la enfermedad de los cazadores, no hay caño ni rio que no reciba la visita de los depredadores y no hay quien despierte consciencia ciudadana sin prohibiciones para proteger no tan solo esta zona sino toda Venezuela.
Finalizo aceptando que mi amigo tiene toda la razón cuando manifiesta que las prohibiciones son el motivo y el camino de la corrupción al nivel donde llegue y que solo la cultura para el comportamiento espontaneo de protección permitirá producir y proteger al hombre y a la naturaleza.
Todos unidos por la producción nacional.