Lo primero es que no quiero que se muera y en ello no hay nada de buena nota ni de cristiano franciscano, que no lo soy; simplemente no quiero que se muera porque no deseo calarme la creación de un pseudosanto de los «desposeídos», líder de un antiimperialismo tan falso y anticuado como la lealtad de quienes lo siguen con las alforjas abiertas y dispuestas.
Lo segundo, y ello no hay que explicarlo mucho, es que deseo que pierda las elecciones del 7-O para revolcarlo y enterrarlo en esa derrota con muchos miles de votos de diferencia y hacerle ver que este pueblo nuestro puede confundirse una vez y hasta dos, pero que nunca ningún chafarote como él ha logrado, ni logrará, pasar por encima de sus reservas morales. Y hacerle saber así que los que se venden por una salchicha son los menos.
Y tercero: deseo que se le ocurra a él o, a alguno de los suyos, no entregar el coroto, situación que sería transitoria y efímera pero que nos daría la oportunidad de revertir, más rápidamente, este inmenso desastre en que el ignorante de Sabaneta ha convertido al país.
Yo soy optimista.