La chicharra no es un enigma. La naturaleza le asignó un ciclo que se ha cumplido siempre. La chicharra es la voz de la naturaleza. La pregonera de un mismo canto tan ancestral como ella. Ella ha celebrado en cada momento los cambios que se producen en el clima, los cambios de la naturaleza. Es su inmediata profeta.
Cuando canta la primera chicharra, haya llovido o no, la vegetación se alegra, si alegrarse en ellas significa llenarse de verdes ternura. Y es que cada planta, arbusto y árboles, por muy estropeados que se encuentren al pre-anuncio de las lluvias, se llena de fuerzas vivificantes que el suelo les provee, y por la savia asciende a toda su estructura. Se cumple con la voz lastimera y triste, insistente y breve la mediata profecía de su canto.
Por lo que sucede, la chicharra es también por eso de anunciar los fenómenos que silenciosos se operan en la tierra su pregonera. Vocera, cantora, la chicharra es una profeta que canta profecías. Esa chicharra que ahora inunda con su canto la tórrida apacibilidad de los días de la Semana Mayor, es la misma que en los aciagos días de Jesús, mientras el hombre brutalmente le maltrataba, estuvo oyendo el redentor en su dolido calvario.
La chicharra es una leyenda que no se extingue. Un mito en la palabra de su nombre; para los griegos mito fue palabra, cuento, leyenda; los romanos la hicieron fábula. En esta apreciación fablar fue anterior de hablar y todas las fablas son palabras. La chicharra es leyenda porque el origen de su origen no es posible. La chicharra fue antes que el hombre, de modo que éste la oyó en aquellos primeros días de la especie cuando asombrado ante la escena que veían sus ojos, desconocía que poseía un recurso fonador. Fueron los días en los cuales todavía no conocíamos de las vías para explorarnos, para conocernos. La chicharra fue la voz para la percepción de nuestros antepasados. Ella nos obsequió su canto y nos enseñó a asimilar lo que sus cantos representaban para la revivificación de la naturaleza. Cuando canta la chicharra la tierra es más generosa. Los candentes días se mezclan al suceso de la Semana Mayor. Caen las lluvias programadas en el preciso sistema que la sabía tierra cumple. No aquellas otras trastornadas que los seres pensantes, con su mala praxis, provocan. Las semillas sobre la superficie con la humedad se acunan bajo cualquier partícula de terrón. Las domésticas van al surco y todas germinan. La energía de la tierra se traduce en cotiledones y se forman dos tiernas y delicadas hojitas verdes. Todo es propicio. Es la chicharra la encargada de pregonar la total entrega de nuestro globo azul.