El hombre como ser social se encuentra inmerso en un mundo de interacciones cuyo aderezo fundamental son los intereses particulares y/o grupales, que en definitiva, moldean su comportamiento.
Estas interrelaciones manifiestan las contradicciones entre los distintos actores de la sociedad, las cuales en la práctica se hacen palpables a través de la contraposición de sus puntos de vista en relación a los eventos que le atañen en el desarrollo de su cotidianidad.
En este orden de ideas, el «Dilema del Prisionero», expresión particular de la «Teoría de Juegos», nos puede ser útil para estudiar la actuación humana en el marco de sus discordancias, es decir, para examinarla racionalidad de sus decisiones en contextos estratégicos particulares. De esta manera, lo que este modelo pone en el tapete de la discusión para el análisis de conflictos, son los dilemas que se les presentan a los distintos integrantes de una sociedad como producto de sus intereses contrapuestos.
Aplicando el sustento de dicho modelo teórico al actual régimen gubernamental venezolano, podemos intentar entender el porqué de su empeño en la aplicación de políticas reñidas con el interés público, a pesar de que las mismas laceran su popularidad y la adhesión del pueblo al llamado «Proceso».
Al respecto, es menester señalar que este régimen se encuentra preso de un discurso y de una praxis que únicamente llena y satisface a un segmento político muy reducido: el ala más radical y desfasada del partido gubernamental. Ese discurso extremista, anclado en el pensamiento que orientó la lucha en la década de los 60 del siglo pasado, y que simboliza desmedidamente a través de personajes ya fallecidos que descollaron para ese entonces, alcanza los niveles patológicos del «Síndrome de Peter Pan».
Si nos remitimos a los señalamientos de los griegos en cuanto a que la vida está constituida por tres etapas: la primera, en donde el hombre es autor de todo un mundo de posibilidades; la segunda, en la cual es actor en un cúmulo de realidades, y la tercera y última etapa, en la que es expectante de su realización personal, las altas esferas del poder político-económico gubernamental, con su pretendida intención de reabrir ciclos cerrados por la historia y al no advertir el paso del tiempo que conlleva a nuevas realidades en este mundo global, patea la sabiduría acumulada con los años, el contexto socio-político existente y los sueños del venezolano.
Por estas razones, la cúpula oficial que nos gobierna se encuentra entrampada en unos condicionantes políticos que ella misma creó y que la aparta de los factores pertenecientes a la izquierda progresista, de los círculos intelectuales que representan el pensamiento de avanzada de nuestro país, y por supuesto, de todos los que anhelan un mejor porvenir para nuestra sociedad.
Pues bien, lo señalado con anterioridad evidencia palmariamente a un liderazgo oficial cada vez más debilitado y empequeñecido en sus posibilidades electorales, situación ésta que se irá acrecentando cada vez más por el cansancio y el rechazo de nuestra población hacia la diatriba y el enfrentamiento auspiciado desde el cenáculo del poder central, amén de las limitaciones y de las pocas esperanzas que hoy por hoy despierta su arenga en la población de más bajos recursos.
Las perspectivas de cambio que perfilan un futuro promisor para nuestro país son cada vez mayores, gracias, por un lado, a la integración de las capacidades electorales de la oposición política venezolana ya la estructuración de una propuesta programática que apunta hacia el progreso y la inclusión, y por el otro, al desenvolvimiento de la actual dirección gubernativa, la cual, como oponente en el tablero político, es presa de una racionalidad que dibuja su propia autodestrucción.
«Si estás atento al presente, el pasado
no te distraerá, entonces serás siempre nuevo»
Facundo Cabral