Hace poco en la plaza llamada «de la moneda», compré un librito usado de titulo muy sugerente: Los delitos y las penas en los países socialistas,escrito por Elio Gómez Grillo, nuestro insigne criminalista, publicado en 1980, donde relata sus impresiones en sus varias visitas a las cárceles en la URSS, Polonia, Yugoslavia, Alemania oriental, Cuba y China, países entonces socialistas.
El librito lo compré al tiro porque parece que aquí no tienen ni idea de cómo disminuir la criminalidad que nos azota ni que hacer con los presos. Ademas, la lectura resultó refrescante porque uno no dejaba de ser víctima de la propaganda prosocialista -que lo ponía todo color de rosa- ni de la procapitalista, siempre empeñada en difundir una visión negra de la vida en los países socialistas. Este es un resumen de lo que leí.
En primer lugar los centros penitenciarios no están congestionados. Todos tienen instalaciones completas para la reeducación de los internos, vale decir, salones de clase, áreas recreativas y deportivas, bibliotecas y talleres para el trabajo productivo. En esos talleres el interno recibía un salario por su trabajo y de ese salario se destinaba una parte para los costos de su manutención en la prisión, lo que de paso hacía que el costo del sistema carcelario fuera muy bajo pues lo mantenían los mismos reclusos. Otra parte se destina a compensar a sus víctimas si así fuere el caso y una parte más para su propio uso, para sus salidas a la calle -dependiendo del régimen- y para cuando terminaran de cumplir su pena.
El centro de trabajo podía estar adentro o fuera de la prisión y en ambos casos con el reo se daban importantes procesos de socialización que podían ayudarlo. Una vez cumplida la pena, al liberado se le conseguía un trabajo en la comunidad de donde provenía -recuérdese que en aquellos países el Estado era el principal empleador y podía asignar a dedo un lugar de trabajo. En todos los casos la buena conducta y el esmero en el trabajo ayudaban a reducir la pena.
Un detalle importante: no ocurrían retardos procesales, apenas entre un 3 y un 5% de los presos esperaban por el juicio y la inmensa mayoría de los delitos eran considerados leves y no se recluía al delincuente. Sólo excepcionalmente se aplicaba la pena de muerte. Es importante señalar que el sistema carcelario buscaba sobretodo reeducar al delincuente para reinsertarlo en la sociedad, considerando que por muy delincuente que fuera seguía siendo un ser humano. Quizás por esto eran raros los que tras cumplir su periodo de reeducación regresaban a la cárcel por reincidentes.
Todos llevan uniformes limpios y de colores diferentes según la severidad del régimen al que estaban sometidos. Los ambientes se veían ordenados, los dormitorios eran colectivos y la comida suficiente, variada y balanceada y los internos lucían sanos y fuertes aunque en muchos casos se les notaba un aire de tristeza, según palabras del mismo Gómez Grillo. El no menciona celdas de castigo ni de haber visitado centros para reclusos de alta peligrosidad.
Los delitos más comunes eran contra la propiedad, por accidentes de tránsito, alcoholismo o por vagancia, un término que incluye la prostitución. Refiere el autor que en esas sociedades hay pocos casos de asesinato o violaciones y esto se refleja también en el hecho que en esas cárceles eran muy raros los motines o las fugas.
Uno no puede dejar de preguntarse si lo dicho por el autor era verdaderamente lo que él vio o si sólo le mostraron las cárceles que se podían mostrar para efectos de propaganda y que el resto era un desastre. En todo caso, hay que esperar que en algún momento nuestras cárceles sean como las que describe Gómez Grillo.