Durante estos días santos, los cristianos recordamos el sufrimiento, la muerte y resurrección del hijo de Dios, el Mesías. Volveremos a ver la película del director de cine Mel Gibson, la cual reconstruye un pedazo de la vida de Jesús dentro de la más clara ortodoxia cristiana y en la dirección del libro «La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo» producto de las meditaciones de la religiosa Ana Catalina Emmerick, de quien se inspiró el famoso director. El Vaticano anunció la beatificación de esta religiosa agustina, a quien Clemens Brentano, escritor alemán, se acercó para conocer los estigmas, las visiones y los éxtasis de esta monja. Al encontrarla se convirtió al catolicismo y permaneció junto a ella copiando los relatos de la vidente desde 1818 a 1824. Es gracias a él que el mundo conoció las revelaciones que muestran el dolor inhumano y la persecución de Jesús de Nazaret.
En la comunidad judía a la cual pertenecía Jesús y bajo la ocupación de Palestina por Roma, cuando faltaban dos días para la celebración de la Pascua, se inició la prisión, proceso, muerte y resurrección del Cristo, el Hijo de Dios.
La clase política judía de ese tiempo que no puede identificarse con el pueblo histórico de Israel, dirigida por los grandes sacerdotes y los escribas, tramaba el arresto y la muerte del también judío Jesús, predicador de un nuevo mensaje que se inscribía en la tradición monoteísta del judaísmo pero que parecía heterodoxo y subversivo. La elite política religiosa de Jerusalén esperaba al Mesías o Redentor en la versión militar de un líder, jefe con poderes especiales de origen divino pero materializados en la fuerza, en los ejércitos y las armas; con capacidad y decisión de expulsar a los romanos sellando la independencia de Israel como pueblo escogido.
Jesús de Nazaret, como lo cuentan los cuatro evangelios reconocidos por la Iglesia, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, representaba todo lo contrario: el amor y el perdón, la humildad y el silencio. Su discurso no estaba dirigido en el mundo de la política ni en el campo del César, sino en el de la espiritualidad y en la esfera de Dios. Los milagros los hacía como prueba de su poder divino y no para las multitudes. Así cuando hizo ver a dos ciegos como lo relata Mateo les indicó: «Tengan cuidado de que nadie pueda saberlo». También para el bienestar del hombre como la multiplicación de alimentos y las pescas milagrosas. Ante María Magdalena, la pecadora, a quien esperaba la lapidación, señalaba la hipocresía de quienes lanzan piedras sin sentirse libres de pecados. Jesús constituía una amenaza, especialmente después del masivo apoyo popular del domingo de ramos en la entrada triunfante a Jerusalén. Los sacerdotes necesitaban la complicidad de un traidor entre lo discípulos y encontraron a Judas para que entregara por dinero a su maestro. Convencieron a los círculos más cercanos y más ignorantes de la herejía de Jesús, los enviaron armados de palos y espadas al huerto de los olivos para conducirlo al juicio y a la muerte. Allí empezó el sufrimiento, el dolor, la agresión, el insulto, la tortura, la mentira, la complicidad, la cobardía, la traición, que terminó en la crucifixión.
Comenzó el juicio cuando llevaron a Jesús ante el gran Sacerdote, quien maliciosamente inició el interrogatorio con la pregunta: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios?» y la recia respuesta del hijo de María: «Yo lo soy, y ustedes verán al hijo del Hombre sentado a la diestra de Dios Padre», fue cuando Caifás rompió su lujosa túnica y dio la premeditada sentencia: «Todos han entendido la blasfemia».
Desde el punto de vista religioso y en aplicación a la Ley Civil de Palestina, el gran sacerdote, tenía la autoridad para condenar a Jesús por blasfemia, pero no podía decidir la pena de muerte y menos ejecutarla. Esto correspondía a Pilatos, porque Roma ejercía la soberanía política sobre Palestina; Roma dejaba en caso de delitos religiosos y civiles a la decisión local. El gobernador estaba informado de la situación de Jesús, de su mensaje, de sus enseñanzas, de sus milagros. El llamado Mesías no representaba amenaza para el poder imperial. Pero el gobernador romano temía a la sublevación del pueblo y prefería dar satisfacción a los sacerdotes y a la multitud, de allí sus preguntas ajenas a todo juicio político «¿Eres tu el rey de los judíos?» y «Tú no respondes nada de todo lo que te acusan». Pilatos lo hace flagelar e intenta un intercambio para liberarlo por Barrabás, peligroso asesino a quien le esperaba la muerte por crímenes. En la mentalidad de Pilatos el pueblo preferiría la mansedumbre de Jesús a la violencia de Barrabás. Incapaz de una decisión justa y evadiendo toda responsabilidad, Pilatos se lavó las manos ante la multitud.
Con la pasión, muerte y resurrección comenzó la historia del cristianismo, con un judío extraordinario en la historia milenaria de ese pueblo y con una nueva visión en el Nuevo Testamento de la Biblia tradicional.
Se ha cuestionado a la película de Mel Gibson por mediatizar la violencia contra Jesús, cien minutos de sadismo exagerado como lo afirmaba en la época el Washington Post, o dos horas de calvario para el espectador, en el periódico francés Le Figaro. Pero debe señalarse que ante cualquier minuto de sufrimiento debe existir la denuncia y la condena. La sociedad no debe olvidar hechos históricos y situaciones de degradación al ser humano. Condenar esas acciones para que no se repitan nunca más, porque hoy la Pasión, al estilo de Jesús, está presente en muchos pueblos y por muchos gobiernos en los cristos individuales y colectivos a quienes el poder político y la fuerza militar pretenden destruir. No se puede tener Alzheimer histórico, pérdida de memoria ante los sembradores de odios y ejecutores de violencia. Martín Luther King decía que cuando se reflexione sobre nuestro siglo, no nos parecerá lo más grave las fechorías de los malvados sino el escandaloso silencio de las personas honestas. Es cierto que en este film se le da a Pilatos un tratado benigno. Este prefecto romano de Judea, históricamente ha sido descrito como un personaje muy cruel y en la película aparece como un gran humanista. Los torturadores del Nazareno formaban parte de la guardia romana, pero se da a entender la satisfacción de la cúpula religiosa y política judía, siempre presentes en la película desde el proceso de Jesús hasta su muerte al pie de la cruz, lo que no corresponde a los cuatro evangelios y en los cuales tampoco se menciona la presencia del diablo que aparece entre las multitudes cinco veces bajo una figura andrógena. No puede deducirse que la globalidad del pueblo judío pueda ser responsable de una actuación de una elite en ese tiempo, como tampoco el pueblo italiano o alemán por los crímenes nazis o los pecados históricos de las tres religiones monoteístas: cristianismo, judaísmo e Islam, con guerras fraticidas en nombre del Dios único.
La Pasión de Cristo, leída en las escrituras, escenificada en las Iglesias, mostrada en las películas, en estos tiempos de oración, debe servir al margen de la confrontación de las religiones y las creencias, para despertar lo mejor del ser humano en su espiritualidad y e su carácter universal en todo tiempo y espacio, con las dos grandes enseñanzas que nos dejó Jesús: el amor y el perdón. Finalmente en esta historia, nadie pudo tener la culpa, ni judíos ni romanos, incluso Judas cumplió con lo establecido. Así todo pudo haber sido un suicidio divino, como se narra en la obra de Jack Miles: Cristo, una crisis en la vida de Dios. Todo estaba en las escrituras, todo estaba decidido y todo se cumplió de acuerdo al plan DiVINO